Así lo veo
Por: Luis Chataing
Saludos, apreciados lectores. Mi pregunta para Nicolás Maduro es la siguiente: ¿Cree que si el referendo revocatorio fuera realizado mañana usted ganaría?… Silencio en la sala, Maduro tranca la mirada como intentando concentrarse en algo, pareciera ser un florero, no, se trata de un sacapuntas olvidado sobre un escritorio… de pronto, como en cámara lenta, Nicolás eleva la mirada al cielo como solicitando teletransportación a la nave espacial de “Viaje a las Estrellas”, pero esta lo identifica con tecnología de punta y prende el turbo con dirección “Tan lejos como sea posible”.
La respuesta es NO, eso lo sabe el mundo entero. Patética resulta la angustia de los voceros de Gobierno en el intento de cuanta artimaña les sea posible para retrasar lo impostergable, la medición científica cuyo resultado será la fotografía del desamor de un pueblo que se cansó del poemario a la guerra económica, al acoso imperial, y, especialmente, al triste endoso de la difícil tarea de reanimar boca a boca la misma mentira a la imagen de Hugo Chávez.
Pierden el revocatorio, entre otras contundentes razones, por la incapacidad de convencer a los ciudadanos de que alguno de su decenas de motores acabarán por encender o, en el mejor de los casos, dejarán de pasar aceite. Pierden el revocatorio porque no tienen nada que ofrecer para iniciar con urgencia el camino que nos permita salir de este atolladero económico, moral, social, atolladero en todas las aplicaciones posibles de la palabra. Pierden el revocatorio porque somos muchísimos más los que rechazamos los amedrentamientos infantiles de los voceros oficialistas, que, en lugar de hablar de progreso, compiten entre ellos para ver quién heredó con mayor grado de pureza el tono descalificador de RESPONSABLE SUPREMO.
¿Adónde nos llevan con todo esto?, no sé, imaginar el peor escenario no está cuesta arriba, pero algo me dice que estamos empeñados en convertir esta tragedia, este peligro inminente, en una lección cuyo giro inesperado inspire el registro de una historia que querrá ser contada por los mejores escritores, producida por los mejores directores, interpretada por los mejores actores, aprendida por los mejores venezolanos.
Anoche llegué de Medellín, Colombia, increíble ciudad esa, impresiona desde el sobrevuelo a sus alrededores, hermosos campos de un tono verde alucinante, montañas, casas, caballos, vacas, y uno en el avión va pensando, siempre llevando a Venezuela en el corazón, cómo lograr que mi hermoso país luzca así de frondoso, qué nos pasó, cómo es que estando tan cerca, estamos tan lejos.
El camino del aeropuerto de Rionegro hacia Medellín toma unos 40 minutos, está rodeado de hermosos paisajes campestres, modernos desarrollos residenciales, comerciales, agrícolas, hay cantidad de paraderos para que la gente disfrute un picnic al aire libre, ciclistas en la vía, etc.
La entrada a Medellín es impresionante, de pronto una curva permite ver una imponente ciudad abajo en el valle, ciudad que en el año 2013 fue reconocida como la más innovadora del mundo, y es cuando salta a la memoria el drama que ahí se vivió con el tema del narcotráfico, la huella de Pablo Escobar está en tantos lugares. ¿Cómo lo lograron?, ¿cómo pusieron a sus habitantes a remar en una misma dirección para superar las adversidades?
El lamentable éxodo de venezolanos hacia distintos destinos en el mundo arroja resultados buenos y malos. Entre los buenos, el reconocimiento del extraordinario talento de nuestros compatriotas, los profesionales que son, lo bien preparados y el entusiasmo por el trabajo que les define. Entre los malos, el desprestigio producto de la mala maña del nuevo rico y su arrogancia, del tracalero y el creer que impunemente puede arrasar todo a su paso. Temiendo lo segundo, ya que hay pésimas historias de ese tipo en Panamá (por citar un ejemplo), pregunté en Medellín cómo nos recibían a los inmigrantes venezolanos, la respuesta fue tranquilizante, con generosidad, con cordialidad, con preocupación por el pesar que nos lleva tan lejos de casa. Mil gracias a todos los ciudadanos del mundo que han abierto los brazos a tantos venezolanos, gracias.
Nos están robando la vida, nos roban la historia, nos roban el país que tanto amamos, porque es cierto, hay lugares maravillosos en el mundo, escenarios impresionantes, sabores adictivos, contagiosos ritmos, pero ninguno ocupa el lugar de la tierra que abrazamos con tanto amor desde que somos niños.
Muchas veces escuchamos la frase “la historia lo absolverá”, en verdad no lo creo, la historia los señalará como responsables del oscuro atraso que puso a Venezuela en la cola de un continente que no intoxicó a sus ciudadanos con imágenes mesiánicas, al contrario, el deseo por llamar la atención de inversionistas, de promover una mejor calidad de vida es la consigna.
Es todo por hoy, así está el mundo, así está Venezuela, o al menos, así lo veo.