El primer “Damo” – por José Domingo Blanco
Más allá de cuánto la admire por su temple e inteligencia, debo confesarles que María Corina me parece una mujer guapa. Y me encanta cuando tengo la oportunidad de hablar con ella, viéndola así, cerquita, para escudriñarle los gestos, los ademanes, las palabras que dice y que, a veces, me transportan a otros lugares donde ella se transforma en “la dueña de mí quincena”. No importa si es temprano en la mañana: siempre está perfumada y arregladita; pero, también, pensativa y reflexiva. Como analizando sus respuestas. Con esa belleza tan suya, que le sale de adentro y que la triste situación país no ha logrado arrebatarle. Porque, sí: María Corina me parece bella, su voz me suena a música de la buena, y su deseo de salvar a Venezuela, hace que me sienta prendado de ella.
Mis productores, que ya me conocen, me echan broma porque dicen que cuando María Corina es mi entrevistada me pongo el doble de colonia y me emperifollo. Yo, en defensa, les rebato el comentario diciéndoles que siempre me ha gustado andar perfumado y que es pura coincidencia que, justo ese día de la entrevista con ella, por torpeza, el frasco se me haya derramado sobre la ropa. Es que, muy en el fondo, guardo la esperanza de que mi colonia le genere el mismo efecto que la de ella provoca en mí. Pero, es que -y quizá muchos de mis congéneres coincidan conmigo- es atractiva la mujer que más allá de la sobriedad de su conducta, y que camina consciente de la plenitud de su edad bien llevada; además tiene las agallas y las ganas de patear corruptos y seguir dando la cara por Venezuela. Esa carita tan suya que ya en una ocasión fue golpeada por malandros afectos al régimen. Y a pesar de que, para ir a mi programa, los invitados tienen que madrugar -porque, déjenme decirles que, como el programa arranca a las 6 de la mañana, los invitados tienen que levantarse tempranito- a ella ni se le nota el estrago del madrugonazo. Apenas maquilladita, con lo necesario para tapar un poco las ojeras. Porque su mejor maquillaje y vestimenta son sus ganas intactas de seguir luchando por nuestra maltratada tierra.
¡Qué esfuerzo tengo que hacer cuando estoy entrevistándola! Debo concentrarme en sus planteamientos y no distraerme detallándola. En su rostro se reflejan las tenues líneas que poseen las mujeres que han sabido batirse en sus guerras. Y de pronto, me pierdo en voz. Y mi mente me juega una treta donde, sin tapujos le confieso, que estoy dispuesto a casarme con ella. A ser su “Primer Damo” cuando ella logre ser la Presidente de Venezuela. Porque, con María Corina, estoy convencido, la República Bolivariana volvería a ser sólo República de Venezuela. Y que estoy listo para recorrer con ella cada rincón de esta patria bella –tan bella como ella- para hacer campaña y lograr que la gente que aún no la conoce, se enamore perdidamente de ella. Porque, quizá, sea María Corina esa tercera opción -desvinculada del régimen y de falsos opositores- que surja como alternativa para quienes vemos los lamentables y terribles errores, y componendas, que se tejen entre los extremos en los que estamos polarizados.
Hoy vivimos las nefastas consecuencias de los años como Presidente del militarcito rencoroso, preñado de supuestas buenas intenciones, y cuyo único legado es un país irreconocible, destruido, saqueado, pobre, hambriento y devastado. Un país que ahora está bajo la “conducción” de un chófer de autobús gris, sin el carisma de su antecesor; pero, fácil de “manejar” por los dictadores cubanos. Un presidentucho soso, que recibió una tarea para la que no estaba preparado, porque la Presidencia de esta patria se la impulsó –casi que a manera de testamento- el dedo de un moribundo que pretendió, entregándole el testigo, gobernar junto con los Castro; pero, desde el más allá. Ya basta de improvisados y de políticos poco preparados. Ya basta de negociadores de oficio a quienes les importa más su bolsillo y su rédito; así como los cargos y las prebendas que obtienen de ellos. Suficiente de gobernantes de ambos polos embriagados de poder.
Necesitamos líderes preparados y educados; gerentes que asuman las riendas del país para hacerlo prosperar, sacarle el máximo rendimiento a sus potencialidades y recursos para beneficio de todos los venezolanos, y reinvertir esos frutos en la expansión y desarrollo integral de la nación. Un gerente que vea a Venezuela como un país de muchas posibilidades de desarrollo y no como una fuente de riqueza personal, agotable y explotable, solo para su peculio. No podemos seguir gobernados por indolentes sin méritos que, de la noche a la mañana, se vuelven millonarios a costa de la pobreza en la que nos hunden a todos. Necesitamos un líder que sepa cuáles son los atributos de los países desarrollados, porque los conoce, los ha recorrido y porque quiere copiar lo mejor de ellos para replicarlo en Venezuela. Por eso, me gusta María Corina: porque detrás de su voz suave y dulce, está una mujer con el temple y la reciedumbre que tienen las mujeres aguerridas de mi tierra. Las que son “echadas pa´adelante”, que saben debatir y refutar con argumentos sólidos un tema. Las que, además de bellas, tienen el guáramo y la fortaleza para conducir el destino de esta patria bella. Sí, María Corina me gusta tanto como mi amada Venezuela. ¿Quieres ser mi novia mi María Corina?
José Domingo Blanco