THE NEW YORK TIMES: El hambre de la clase media de Venezuela
Hace poco pasaba el rato con algunos vecinos en el pasillo. Vivimos en uno de los edificios color turquesa de un complejo comercial-residencial en la parte noreste de la ciudad; se supone que son un modelo de desarrollo urbano.
Decidimos hacer té combinando los recursos de nuestros cuatro apartamentos. No pudimos reunir suficiente azúcar. Alguien tenía piñas congeladas y cáscaras de maracuyá. Alguien más hirvió agua.
Todos trajeron su propia taza, cada una con un diseño diferente. La mía, con la imagen de una vaca, era la más fea. Nos sentamos afuera, en el suelo del pasillo, bajo la sombra de un gran árbol de mangos.
La infusión era sorprendentemente sabrosa tomando en cuenta los ingredientes. Manuel, uno de los chicos, dijo: “Sí, y ayuda un poco con el hambre”. Es estudiante de derecho y el más joven del grupo. Solía ser musculoso.
Mi hermano, un abogado que alguna vez tuvo papada, asintió. “Ni siquiera tenemos mangos para completar la cena”, dijo. Me volteé para ver el árbol. Vivimos en el tercer piso, así que siempre hemos podido agarrar las frutas más altas con bastante facilidad. Cuando es temporada, generalmente se desperdician, pero este año el árbol ya no tiene mangos.
“Es mejor irse a dormir para no sentir hambre”, dijo María, una abogada que se fue a España como migrante indocumentada y trabajó en un restaurante, pero regresó después de dos meses, horrorizada por las condiciones de trabajo. “Si haces eso, terminarás soñando con comida”, le dije.
Lo decía por experiencia. Mientras tomaba otro trago de té, pensé en aquella vez que después de ver un episodio de Game of Thrones soñé con un festín medieval donde había un gran cerdo en medio de la mesa, varios pasteles e hidromiel. En otras ocasiones, soñé con un supermercado lleno de productos. Eso suele suceder después de que paso todo un día formado bajo el sol ante una tienda, esperando que llegue un camión repartidor.
Desde hace unos años el café y la leche se volvieron lujos para mí, pero la escasez verdaderamente aterradora —de cosas como pan y pollo— llegó a mi hogar de clase media a principios de este año. Hubo una semana en la que tuve que cepillarme los dientes con sal.
Nueve de cada diez venezolanos ya no pueden comprar suficiente comida, según un estudio realizado por la Universidad Simón Bolívar. El FMI ha estimado que la inflaciónsuperará el 700 por ciento este año.
Hablamos sobre las personas que están adelgazando. La lista era larga. En ese momento me di cuenta del revés que significaba eso… cómo ser gordo volvía a ser un signo de riqueza. Detectar al burgués parasitario jamás ha sido tan fácil.
Los burgueses, los adinerados y el sector privado son los grupos a los que el presidente Nicolás Maduro culpa por la recesión en Venezuela. Sin embargo, lo que nos ha llevado a la ruina son los años de mala gestión económica bajo su cargo y la revolución socialista de Hugo Chávez.
Daniel, un estudiante de ingeniería que planea irse del país tan pronto obtenga su título, mencionó a la anciana que vende maíz y harina frente a nuestro edificio. Sus precios suben cada semana. Ella también está adelgazando. Daniel dijo que la vio tratando de atrapar palomas. Después seguirán los perros, respondí.
María dijo que lo peor es cuando termina su rutina de correr. Yo sé qué se siente porque ya dejé de hacer ejercicio. También compartimos otras estrategias para lidiar con el hambre, como despertar tarde —medio en broma, pues solo los niños ricos que no tienen la necesidad de trabajar pueden permitirse eso—. Acordamos que nuestra mejor esperanza, de verdad, es la Organización de los Estados Americanos y su Carta Democrática.
Las noticias de la crisis en Venezuela se han extendido tanto que la OEA, un bloque conformado por la mayoría de los países de América, ha estado hablando sobre qué hacer con nosotros. En verdad nadie cree que el progreso de la iniciativa de la oposición venezolana para destituir a Maduro mediante un referendo vaya a tener éxito.
“¿Escuchaste lo que dijo Almagro?”. Luis Almagro es el secretario general de la OEA. Él ha culpado a Maduro por la crisis y ha pedido que la OEA considere tomar las medidas necesarias para “restaurar las instituciones democráticas” en Venezuela.
“Sí, parece que han invocado la carta”. Según la carta, la OEA puede suspender a un Estado miembro que no logre preservar el orden democrático. Almagro parece estar esperando que esta amenaza convenza al gobierno de Maduro para que acepten ayuda humanitaria del extranjero, algo que ha descartado con anticipación.
Me doy cuenta de que estos procesos democráticos pueden tardar meses: es todo un continente el que trata de encontrar el consenso en torno a un tema complicado. Pero Manuel, Daniel, María, mi hermano y yo, todas personas que intentan ser profesionales o ya lo somos, no sabemos qué carajo comeremos mañana. Lo lógico sería pensar que estos diplomáticos comenzarían a juntar dos sesiones en un solo día o algo así. Apresúrense, chicos de la OEA, tenemos hambre.
Carlos Hernández – The New York Times