Los médicos también se enferman
El paciente se siente protegido, salvado, acaso por el efecto placebo de estar en manos del doctor. Sin embargo, poco conoce de su vida: ¿es feliz? ¿Le duele el pecho? Los médicos también se enferman. Sucumben a plagas y bacterias. Su viacrucis no es menos doloroso. Al contrario, se saben indefensos en el sistema de salud venezolano. La crisis los expuso a males que deberían curar. Hoy caen y mueren por ellos
Ala paciente Ana Gamallo, de 56 años, en la cama 36, de la habitación 26 del servicio de Cirugía I del Hospital José Gregorio Hernández, la acorrala la muerte. El número seis pareciera ser su marca de mal agüero. Se llama Ana Gamallo y es pediatra. Sufrió una perforación intestinal. Sus heces conquistaron su torrente sanguíneo. Está abrumada, delicada de salud. Lo sabe. Batalla contra una peritonitis fecal —un padecimiento al cual sobrevive solo 20% de los afectados, de acuerdo con las estadísticas médicas. Lo hace en un cuarto sombrío, entre paredes sucias. Ingresó referida del Instituto Diagnóstico San Bernardino, en Caracas, donde se consumió su póliza de seguro: 5 millones 400 mil bolívares que se le desvanecieron tras nueve días en terapia intensiva. Su estancia en esa clínica, entre el 19 y 28 de octubre, no le alcanzó para curarse. Hoy se encuentra impedida y de momento colgó su bata blanca de médico. Ni en su hospital, Los Magallanes de Catia, donde ya suma 30 años de servicios en Terapia Neonatal, la pudieron atender por falta de insumos y medicinas. Vive en carne propia la pesadumbre de un enfermo, el dolor de médico y el desconsuelo de un venezolano.
En Venezuela, los médicos no solo carecen de insumos para cumplir el Juramento Hipocrático, su deber de salvar vidas. En algunos casos también son los pacientes irremediables de un servicio de sanidad maltrecho. “Los médicos que la atendieron inicialmente fueron muy claros, nos explicaron que estaba muy grave, que el 80% de esos pacientes muere. Tuvieron que practicarle una colostomía con urgencia para interrumpir el tránsito intestinal. Ahora evacúa en bolsas”, relata Elsy Yanes, también pediatra y compañera de Gamallo. En los Magallanes no hay Meropenem, el antibiótico contra su infección, no hay estudios de gases arteriales ni exámenes de laboratorio. Escasea el agua y los familiares la trasladan en tobos.
Su drama no es ajeno, no es una isla de desdicha. El cuadro sacude el orgullo médico. En Bolívar, el epicentro de la epidemia de difteria, los galenos de los hospitales Gervasio Vera Custodio, de Upata, y Raúl Leoni, de Guaiparo, como en otros centros de Caracas, admiten a través de los medios que carecen de insumos para encarar una epidemia que se creía extinta. Están expuestos, sin guantes ni tapabocas. Atienden a enfermos con las manos desnudas. Incluso se habla de médicos con difteria. El sector está aún más indefenso frente a un abastecimiento de medicamentos e insumos que en este momento solo alcanza 3% de dotación, según la Federación Médica Venezolana.
Sin privilegios
La situación pone a contraluz un problema que es profuso. Ni el Ministerio de Salud ni el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS) ni el Ipasme, instituciones rectoras de salud, aseguran a su línea de defensa: los médicos. Estos profesionales luchan hoy contra una crisis que fue advertida en 2012 por la Federación Médica Venezolana (FMV) y que alcanza a toda la población sin distinción. “De 130.000 doctores, que suma la matrícula del país, solo 16.500 están cobijados por el seguro contratado por la Federación Médica —Seguros Universitas—”, informa su presidente, Douglas León Natera. El portavoz muestra las cifras del último censo realizado por la FMV en 2000 y asegura que para ese año había 73.000 médicos. En los 90, ya la ausencia de una política estatal para la seguridad gremial despertaba angustia.
Aunque contradictorias, las historias de médicos enfermos existen y transcurren en silencio, como la de Angélica Gómez, residente del Antonio María Pineda de Barquisimeto. Tiene la columna torcida, la espalda desviada y se retuerce del dolor cada cierto tiempo. Dos de sus vértebras lumbares están desgastadas. Debe ir a quirófano, pero lo ha postergado. En ese hospital no hay material quirúrgico ni anestesia. Angélica no tiene seguro. Además, lidia con un diagnóstico de esclerosis múltiple que le resta fuerza. Cada cierto tiempo sus extremidades se entumecen, los espasmos musculares le restan destreza y pierde el equilibrio.
Dice que amaneció temblorosa y hace doble esfuerzo para coordinar sus movimientos. Aunque múltiple, cree que su esclerosis no es del todo maligna. Tiene intolerancia a los corticosteroídes y las alternativas para su tratamiento son pocas. “Es una lucha permanente, llevo una vida normal. Pocos saben que padezco esta enfermedad y mis pacientes ni lo sospechan. Basta con lo que ellos viven como para agregar otro drama a la situación ya crítica”, asiente por teléfono. Su voz es dura y el tono resignado. Dice que sueña con un país de avanzada, uno donde ser médico no sea un oficio desafiante, a veces anacrónico, como cuando sus compañeros improvisan un equipo con envases de mayonesa para drenar líquido de los pulmones a los enfermos. “Muchas veces no tenemos equipos Pleurovac y nos toca inventar”, comenta.
Los médicos adheridos a la póliza de la FMV cuentan con un seguro de 500.000 bolívares más un excedente de 450.000. Un total de 300 dólares calculados a 3164 por dólar de acuerdo a la tasa de mercado negro para dos de enero de 2017. Y una cobertura total de 5 millones por evento. Pero el monto agoniza con la inflación. Se acaba en menos de una semana si el paciente requiere terapia intensiva. “Anteriormente estábamos tranquilos porque sabíamos que podríamos acudir a nuestros hospitales para ser atendidos. Abundaba la solidaridad gremial y había de todo”, dice Andrés Velásquez, internista del Clínico Universitario de Caracas.
“Esto no debería decirlo, pero hay obstáculos de los propios colegas contra otros. Es la realidad que tenemos”, reconoce Douglas León Natera. “Lo que sucede, desafortunadamente, es que si tienes un seguro se agota. El dinero no tiene corazón y las clínicas se guían por la inversión y la fórmula costo beneficio”, continúa diciendo en un intento por desgranar el drama en el sector privado.
En el sentido más estricto de la ética sanitaria, los médicos más longevos son considerados padres de los jóvenes profesionales. Nada de ello es fortuito. El Código de Deontología Médica, el reglamento para el ejercicio de la Medicina, está fundado sobre una profunda noción de hermandad. El estatuto evoca a Luis Razetti, apóstol de la moral médica en Venezuela. Y es enfático en su artículo 108: “El médico, independientemente de su especialidad, tiene el deber de prestar atención gratuita a sus colegas”.
Medicina enferma
Si hay algo que muerde la vanidad de un médico, coinciden llevan estetoscopio, es la muerte. Biológicamente la acatan como un problema técnico irrevocable: el corazón se detuvo, ya no respira, el PH es extremadamente ácido. Pero siempre se la cuestionan desde la dimensión más humana. La asumen como un gran enigma, uno que jamás logran despejar. La muerte, que ronda sigilosa la profesión médica, hiere hoy a un gremio que por supervivencia ha sabido desvincularse del drama personal de cada paciente.
Coromoto Colina es especialista en nutrición y fisiatría del Hospital Antonio Patricio Alcalá de Cumaná y vive con una lesión de columna que la privó de la marcha. El 14 de agosto 2014 se miró liquidada tras un siniestro vial. “Me daban solo cuatro horas de vida. Entré a terapia intensiva donde vi morir día tras día a mis compañeros de sala. Éramos 18 y solo yo salí. Agonicé 17 veces, viví sus muertes como si fuera yo. Pasé a quirófano por una cirugía que duró unas 13 horas”, cuenta. El primer mes tras el accidente estuvo recluida en el Luis Razetti de Puerto la Cruz, donde faltaban desde los centros de camas hasta los medicamentos. Ahora lleva más de dos años hospitalizada en el Centro Nacional de Rehabilitación Alejandro Rhode en Caracas —donde faltan analgésicos para el dolor. “Lo peor que me ha pasado es ser médico, te ven distinto si reclamas algo. El personal se ofende”.
Mario de Bastos es ginecobstetra y trabajada para la Gobernación de Miranda. Padece de diabetes tipo I y se le agota la insulina para su tratamiento. Los laboratorios que importan la hormona sintética ya no la traen por falta de divisas. Por su parte, Alexis Martínez, también médico, tiene discapacidad visual y auditiva. Nació con queratocono, condición que le produjo desgaste en la córnea y que se le complicó con el diagnóstico de glaucoma. Martínez además sufre microvasculitis, una patología autoinmune que daña los vasos sanguíneos que irrigan los órganos de sangre y que en su caso le causó sordoceguera.
NoralysAlmarza es médico egresada de la Universidad de Carabobo y también sortea problemas congénitos de audición y visión. Su mal es el síndrome de Usher, una enfermedad hereditaria que le causó sordera y deterioró su vista. En 2011 terminó de perder la visión. En el lado izquierdo del cerebro lleva un implante coclear, un dispositivo electrónico que le permite escuchar. Almarza coordina el Programa de Rehabilitación de Personas con Discapacidad Visual en el Instituto Nacional de Rehabilitación Dr. J.J. Arvelo, en San José Cotiza, en Caracas. Las anteriores son todas historias de médicos enfermos.
La Federación Médica admite que la situación ha ido en detrimento en los últimos 25 años, incluso antes del chavismo, cuando los gobiernos anteriores tampoco se ocuparon de la salud de los médicos. Con la crisis llamando a la puerta, a partir de 2002 la FMV decidió implementar un plan de salud, que sufragaba 25% del costo total de las pólizas. Pero el programa se extendió hasta 2010. “La crisis económica yuguló a la Federación y los dejó sin recursos”, dice Natera,
Luego entregaron el servicio a una compañía aseguradora con previa licitación. “Funciona como un seguro colectivo, pero es individual. Hasta 2015 Seguros Caroní nos prestaba el servicio, ahora lo hace Seguros Universitas”, informa. Pero el mayor impedimento es que los profesionales de salud no pueden asegurarse con sueldos tan miserables. Los afectados exigen al Gobierno que se inicie la discusión del contrato colectivo, que tiene 13 años de mora. En 2005 la Organización Internacional del Trabajo se pronunció y recomendó al Gobierno sentarse con los agremiados para discutir el contrato, pero 11 años después nada de ello ha ocurrido.
VIA elestimulo.com