Vasco Szinetar, el eterno seductor en los baños
Vasco Szinetar se supo posicionar en Venezuela y el mundo con lo que sabe hacer: tomando fotos hasta el hartazgo. Sus autorretratos con personalidades variopintas lo catapultaron a la fama, mientras guardaba registro de cómo el tiempo pasa sobre la piel y el espíritu. Hoy reflexiona sobre su acercamiento inicial a los espejos, su relación con los selfies y el discurrir de la fotografía en el país
Su mirada expectante lo delata. El fotógrafo venezolano Vasco Szinetar (1948) está acostumbrado a las interrogantes de terceros. Entrevistas sobre sus intereses artísticos, sobre su trabajo fotográfico, sobre su método. Y no le aburre contarlos. Al contrario, se considera pieza clave en la evolución de la fotografía criolla con el consistente proyecto de autorretratos en espejos de baños que desarrolló por casi cuarenta años. Szinetar tiene tela para cortar —y contar— que lo ha llevado a ser reconocido alrededor del globo y convertirse en una referencia nacional del retrato.
Ese ojo avizor lo desarrolló fuera de sus fronteras: cursó estudios superiores en la escuela de cine León Schiller en la ciudad de Lodz, la tercera ciudad más poblada de Polonia, entre 1970 y 1972. Después migró a Londres, donde estudió Artes Técnicas en Creación Cinematográfica en la London International Film School, entre 1973 y 1976. Confiesa haberse retratado muchísimo a lo largo de su vida para descubrirse como retratista. Pero en 1981 puso a prueba sus conocimientos con alguien más y posó acompañado: “En Nueva York, enamorado de mi amiga fotógrafa Lydia Fisher, saliendo de un restaurant, de repente veo un espejo y me asaltó un impulso de retratarme con ella como una forma de robarme esa imagen, de tenerla para mi historia, para dar testimonio de que yo estuve con esa maravilla de mujer”.
Daría unos pasos cautos en su técnica con una visita posterior a París hasta sumergirse de lleno en 1982, cuando la visita de Jorge Luis Borges a Venezuela para presenciar una corrida de toros en Caracas disparó su curiosidad. “La foto de Borges me dio la pauta, me abrió la puerta para iniciar un proyecto de gran alcance. Cuando yo retraté a Borges entendí que este era un proyecto importante. Uno puede retratar escritores, pero Borges es más que un escritor. Es la palabra, es como la Biblia”, explica.
Desde entonces, comenzó un proyecto que parece nunca acabar. Son incontables las personas con las que se ha fotografiado a lo largo de su carrera. “Ni yo mismo sé cuántas son. Muchas. No sé”, ríe el sexagenario. Szinetar es un zorro viejo con un objetivo claro: fotografiarse junto a personalidades internacionales de la literatura, cine, periodismo, arte, cuyo intelecto influya a nivel global. Frente a su lente han estado personalidades internacionales como el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, escritores como Carlos Fuentes, Alfredo Bryce Echenique, Arthur Miller; periodistas como Jon Lee Anderson, Leila Guerriero, Guy Talese; artistas como el bogotano Fernando Botero o el cantautor español Joan Manuel Serrat… Venezolanos también tiene muchos: el director de orquestas Gustavo Dudamel, la periodista y ex directora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber, el poeta Eugenio Montejo, el escritor Arturo Úslar Pietri, los artistas Jacobo Borges, Carlos Cruz-Diez, Alejandro Otero, Pedro León Zapata…
Afirma que solo el escritor portugués Antonio Lobo Antunes se resistió a sus encantos. “Pero los que se rehusaron en algún momento cayeron”, remata entre risas. Muchos de sus fotografiados se retrataron con él en más de una oportunidad, el escritor y periodista Gabriel García Márquez fue uno de ellos. Se fotografió en 1982 en Caracas y volvió a estar tras el lente de Szinetar 28 años después en Cartagena de Indias, Colombia. De igual forma sucedió con el escritor español Fernando Savater, quien posó en tres oportunidades: las dos primeras en Caracas en 1981 y 2001 y una más reciente en Guadalajara en 2008.
“Todas estas figuras que yo incorporo a mi proyecto frente al espejo tienen un poder: la palabra. Son personajes públicos, tienen una impronta en el colectivo. Esos personajes son llevados a una situación sumamente particular, a un baño, frente a un espejo, frente a un personaje que no los conoce. Porque el fotógrafo no necesariamente los conoce. Yo me encuentro con la gente y en cinco minutos los seduzco y los llevo al baño”, dice jocoso. La interrogante a cómo lo logra, se la atribuye a la persuasión.
¿Por qué escoge a personajes poderosos en su hablar?
—La escogencia de los personajes tiene que ver con mi entorno cultural. Con cómo yo me relaciono con la cultura, con la política, con el mundo. Soy una persona que tiene una cierta visión de las cosas. Entonces, escojo las personas que conozco, que me interesan por ‘x’ circunstancia y voy estructurando un recorrido. De repente digo: “Me falta Fulano”, “está pendiente Woody Allen, Meryl Streep”, porque yo estoy armando un proyecto de largo aliento y quiero dar testimonio en el tiempo.
¿Cómo llegaba usted a ellos?
—Por disímiles situaciones. Puede ser que me los encuentre en la calle, en un congreso de escritores, en una exposición, en un evento político, los busco, hago una cita. O sea, todos los mecanismos habidos o por haber. Tengo unas listas y voy construyéndolas.
¿Y por qué espejos? ¿Hay algo en usted que quiera reflejar en la fotografía?
—Es algo más simple. La complejidad la va a poner quien lee el discurso, quien ve la imagen. En todas partes hay un espejo, en todas partes hay un baño. Voy mucho a hoteles porque ahí están los personajes, viajan y se quedan ahí. ¿Dónde hay un espejo? En un baño. Es el espacio natural. ¿Cómo me autorretrato con una gente? Lo más fácil es un espejo. Esas escogencias también tienen a la larga una carga de significado porque el espejo es parte de la mitología, de los símbolos fundamentales del hombre. Esos son también el contexto que le da riqueza, contenido y significado al trabajo que uno hace. Este trabajo está vinculado al tema del espejo y el espejo es un tema en sí.
Esta metodología suya ha permeado en la población tal como se ve ahora, con la accesibilidad de la sociedad a los celulares, a una cámara digital. ¿Usted pensó que pudiese llegar a ser tan popular?
—No. Fíjate. Eso fue un proyecto en solitario. La gente me criticaba. Decía que era un exhibicionista, que lo que quería era darme bomba. No entendían el significado. Todos los fotógrafos y muchos que no lo son se han retratado en el espejo. Casi todo está dicho en el mundo, pero el arte es agregar a las cosas. Esa experiencia de retratarse frente al espejo es parte de la historia de la fotografía, pero esta experiencia de desarrollar un proyecto por cuarenta años y que va a seguir, es única. No hay otro artista que haya desarrollado un trabajo con tal coherencia, con tal obsesión, en el tiempo que este señor que está aquí. No hay. No estoy alardeando, es la realidad. Cuando ves que es una experiencia que viene de los ochenta, eso tiene otra dimensión y cuando ves esas fotos en conjunto eso tiene otra impronta. También es experimental. Yo creo que la experiencia de experimentar es fundamental para la investigación. Yo estoy todo el tiempo trabajando en lo mismo, porque lo mismo siempre es diferente. Como decía Heráclito, “no pasa la misma agua por el río”. La foto que tomo hoy no es la foto que tomo mañana. Y son instantes mínimos de percepción. Es inagotable.
Por su técnica de autorretrato, ¿se considera el precursor del selfie?
—Sí, sí. El trabajo mío está concebido desde un principio como un proyecto de investigación, como una exploración sobre el retrato, como una investigación sobre mí mismo, sobre el tiempo, sobre el deterioro, sobre cómo el ser humano va transformándose, pero también es una reflexión sobre el poder. Creo que esta ha sido una experiencia sumamente importante en la cultura del retrato y del autorretrato. La considero así, no porque la haya hecho yo, sino porque está allí independientemente de mí. No depende de lo que yo piense, depende de lo que es.
¿Hasta qué punto considera usted que el fotógrafo deba inmiscuirse en la realidad que está intentando fotografiar?
—El fotógrafo puede hacer lo que le venga en gana y los seres humanos hacemos lo que nos da la gana. Quiero decir con esto que uno se involucra dependiendo del proyecto que tú tengas. Yo participo también en un discurso donde la impronta personal mía es importante. Yo soy parte del discurso, de ese proyecto de obra. Al final, los demás me sirven a mí para ir construyendo un discurso a partir de mí mismo, porque al final el gran personaje de todo esto soy yo. ¿Entiendes? Los otros son unos cómplices para que yo pueda expresarme en una exploración que al final uno no sabe qué es. Uno está construyendo un discurso y en la medida que lo vas construyendo, vas descubriendo de qué se trata. Un poco a tientas, sin saber muy bien cuáles son las capas de significado que tiene esa propuesta. Son los otros al final los que le van descubriendo a uno de qué se trata lo que uno hace.
¿Hacia dónde cree que se inclina la fotografía en Venezuela?
—En Venezuela, como en el mundo, hay un escenario sumamente rico, sumamente diverso, plural. Es fascinante lo que está pasando en el mundo de la fotografía en el país. Uno ve cantidad de trabajos, de jóvenes que ya tienen obra importante, que tienen una mirada, que todo lo que estamos viviendo también nos ha alimentado para ver al país con otros ojos, con otra percepción. Veo que la fotografía venezolana vive un momento luminoso.
El talento brota de la adversidad…
—Todo está en la cabeza. Todo está en uno, ante las circunstancias adversas. Uno se levanta con ánimo, toma su cámara, hace fotos, hace lo que hay que hacer. En estos momentos, el ciudadano, el artista, el médico, el periodista venezolano tiene que hacer lo que hace. ¿Qué es lo que hay que hacer? El trabajo. El médico, ser un gran médico; el fotógrafo, ser un gran fotógrafo; el periodista, lo mismo. Pero además tener una actitud ciudadana en estos momentos de crisis: participar, ser solidario. Yo me levanto todos los días a hacer lo que tengo que hacer, a pensar, a soñar. Tengo carpetas, trabajos, todo por hacer, y esto me da vida. Me ayuda a vivir en este infierno que nos han querido someter.