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La crucifixión de Alberto Vollmer

Algo pasa con la corrupción que ya no afecta la popularidad o la vida política de los administradores y decisores políticos acusados de manejo irregular, fuera de norma, de los fondos públicos. No se trata de una visión idealizada del pasado.

Algo ha cambiado. Antes, la gente era menos complaciente con la corrupción. Hoy, las poblaciones aceptan pasivamente regímenes corruptos en la medida en que sean fuertes, autoritarios, se consideren revolucionarios o repartan parcialmente algo de lo robado al erario público.

En junio de 1967, durante la presidencia de Raúl Leoni, el Dr. Gilberto Morillo, Presidente de la Comisión Investigadora contra el Enriquecimiento Ilícito (CIEI), convocó a una rueda de prensa para exponer su preocupación en torno al incremento de delitos en contra de la cosa pública.

Los negocios denunciados por el compungido funcionario de la CIEI era la tarifa extraoficial establecida por el jefe de licencias de tránsito para el otorgamiento de placas de alquiler o casos como el de la línea aérea KLM que le había regalado al administrador postal del departamento internacional del Ministerio de Comunicaciones unos pasajes para un viaje a Europa con su familia.

Así como la Asamblea Nacional Constituyente de 1999 marcó una nueva etapa de la historia constitucional de Venezuela, la revolución bolivariana signó la era de la corrupción constituyente.

Cinco son los rasgos de la corrupción constituyente de la nueva sociedad marcada por el socialismo revolucionario. El primero, es un cambio en la dimensión cuantitativa que por su magnitud representa un cambio cualitativo. Puesto que la apropiación indebida de cien mil dólares es igual delito que la incautación de un millón de millones, los chavistas optaron rápidamente por la segunda opción.

Los peajes, sobornos y porcentajes de comisión de los viejos políticos de la democracia pasaron a ser juegos de niños comparados con los volúmenes que manejan los representantes del pueblo. El salto numérico significó, sin embargo, un cambio en la valoración del delito. La magnitud de la riqueza de individuos sumamente jóvenes incursos en casos de corrupción de cientos y miles de millones de dólares trajo consigo alteraciones en las pautas de evaluación y la efectividad de la sanción social.

El segundo rasgo es que la corrupción constituyente alteró la definición de la corrupción misma. Como la corrupción administrativa implica la apropiación privada de lo público, la revolución bolivariana borró la distinción entre lo público y lo privado. En lugar de exigir una comisión o de desviar parte de los fondos de un presupuesto, los chavistas decidieron apropiarse del presupuesto de la República.

El objetivo fue, no una toma parcial, sino el saqueo entero de la nación. Las personas perdieron todo criterio para diferenciar qué era apropiación indebida o qué era labor patria.

 

Tercero, para evitar la crítica adversa que producía la corrupción en el pasado, la revolución bolivariana expandió de tal manera el sistema de reparto clientelar de la renta petrolera que logró corromper a la sociedad entera. Subvirtió los principios y valores que servían como cortapisas a la corrupción, convertida en un deslumbrante sistema de beneficencia pública.

La corrupción administrativa dejó de ser un vicio para convertirse en una simple queja cuando dejaba de salpicar a las personas que de ella se beneficiaban. Una especie de miasma moral infectó la consciencia colectiva y la corrupción se generalizó a la empresa privada, a las organizaciones sin fines de lucro, a las fundaciones, a las familias, en todas partes.

Cuarto, la corrupción tomó una dimensión global, geoestratégica. Así como los mercados comunes ofrecen ventajas y beneficios que superan los acuerdos bilaterales, los presidentes Ignacio Lula da Silva, Hugo Chávez, los hermanos Castro, los esposos Kirchner, Evo Morales y otros, decidieron beneficiarse de la economía de escala de la corrupción por medio de una red de negocios entre Estados amparados por acuerdos entre las naciones.

Los presidentes de las naciones del Foro de Sau Paulo crearon una internacional de la corrupción socialista como eje de su proyecto de influencia en el ajedrez de la geopolítica mundial.

Quinto, el reino indiscutido de la corrupción administrativo se vio beneficiado e impulsado por la reversión del discurso y el cinismo que comenzó a imperar en la era de la “posverdad”. En un mundo donde los criterios de falsación y verdad han sido totalmente borrados, donde la mentira y el descaro son elementos centrales de la diatriba y el discurso político, las poblaciones inseguras perdieron su capacidad de juzgar la integridad moral de sus mandatarios. La corrupción administrativa ha tomado la forma de una epidemia social.