Opinion

LOS 500 MIL – LAUREANO MÁRQUEZ

Un fusil cuesta alrededor de 500  dólares, belga (o sea de Bélgica). Ponle 2000 $ con el sobreprecio correspondiente (siendo
bastante conservador, para que no lo llamen a uno exagerado). Multiplico en mi celular 500 mil fusiles por el precio, para saber de cuántos dólares estamos hablando en total. Mi celular me responde que es “1e9”. Como soy de humanidades, no entiendo esta cantidad, pero vi lógica  en filosofía, lo cual ayuda en la vida. Luego, para entender mejor, divido ese número raro, imaginando la construcción de -digamos- 100 escuelas. Me salen que con esa inversión en armas se podrían construir 100 centros educativos de 10 millones de dólares cada uno. Me pregunto, como en el final de la Lista de Schindler: ¿cuántos enfermos de cáncer se salvarían?; ¿cuántos recién nacidos saldrían de la condena de una muerte segura?; ¿cuántas medicinas, cuántos kilogramos de trigo se podrían importar?; ¿cuántos comerían completo?

La historia demuestra de manera fehaciente que cuando en una nación en conflicto se arma a uno de los bandos, el fin es uno solo: propiciar el exterminio. Venezuela toma el peor de todos los caminos, el de la confrontación civil, azuzada por quien tiene el mandato de ser garante de la paz. Siento que la escritura se torna inútil, que el humor ya no cabe, que la sonrisa se desdibuja, que las palabras no son suficientes y que los hechos nos sobrepasan. Ya los llamados a la esperanza se vuelven dialéctica vacía y recuerdo que  para los antiguos griegos no había mal mayor que la esperanza ciega, sin esfuerzo creativo tras ella. En Venezuela toda la creatividad que mueve a otros países a tener cultura, bibliotecas, museos, ciencia y progreso, está solo al servicio del mal, de la destrucción, de la muerte. Inventamos nuevas maneras de hundirnos cada día. Quisiera poder decir que un futuro promisorio nos espera a la vuelta de la esquina, pero no alcanzo a vislumbrarlo por esta senda, en un país que -es vox populi- tiene todo para alcanzarlo. Quisiera alentar a mis compatriotas a algo, pero honestamente no sé a qué alentarles. Creo que solo nos queda mostrar -como se está haciendo- nuestra determinación cívica,  pacífica e irrevocable de cambiar.

Escribo estas líneas en la víspera del 19 de abril, fecha en que en Venezuela se conmemora el primer intento de vida independiente. La historia menuda cuenta que Emparan, el capitán general español, fue llevado al balcón de la casa vecina a la Casa Amarilla y desde allí preguntó a la multitud:

– ¿Me queréis por vuestro gobernador?

Repite la leyenda que el padre Madariaga tras el hizo la señal negativa con su dedo providencial y el pueblo grito:

– ¡Nooo… no te queremos!

Así comenzó la aventura de este bravo pueblo que 207 años después de ese hecho no ha podido lanzar de forma definitiva  el yugo que le oprime.

Doscientos años de vida independiente y aun sin rumbo. Vuelvo al comienzo: creo que 500 mil fusiles son demasiados fusiles, demasiados tiros ha tenido ya nuestra historia. Bastarían solo 59 disparos de cada uno de ellos para convertir a la nación entera en un cementerio, en un país de 500 mil habitantes. Solo una certeza me invade en esta hora: cuando esta locura termine, cuando recobremos la razón, habría que prohibir por ley y para siempre los fusiles. Me parece que fue Talleyrand el que dijo: “las bayonetas sirven para todo, menos para sentarse sobre ellas”.