MANUAL DEL BUEN POLITIQUERO. Verdades dolorosas Ernesto García Mac Gregor
Para ser un politiquero de postín se necesita poseer, en primer lugar, ese
afán desmesurado y congénito de querer vivir a expensas del Estado y, en
segundo lugar, nacer con aquella vocación de siervo que hace de la adulación y el
elogio las principales probidades. Es necesario acostumbrarse a llevar la virtud
echada a la espalda y tener una piel de cachicamo para que todo le ruede sin que
le perturbe el menor de los escrúpulos.
El novato, no obstante su inepcia verbal, debe entrenarse en el difícil arte
de la retórica, opinar sin conocimiento de causa pero siempre disfrazado de
argumento para poder hablar dos horas y no decir nada. Tiene que abolir sus
principios morales para no ser voz sino eco, alimentar sus apetitos materiales para
que éstos superen a los espirituales. Son etapas difíciles de obediencia
incondicional al jefe. El valor trabajo se sustituye por el valor negocio. Se inculca la
tolerancia a la complicidad y el concepto que el honesto es un pusilánime que
estorba.
Más adelante, los que logran que la degradación moral borre todo vestigio
de dignidad, ascienden a la etapa del amiguismo, padrinazgos y tráfico de
influencias y, aunque aún no se les permite delinquir abiertamente, pueden a
empezar a dejar de ser honestos. No todos lo logran, muchos mediocres don
nadie, quedan revoloteando cual moscas aduladoras alrededor del estiércol de los
que han surgido.
Pero los que logran ascender comienzan la fase más fascinante de su
metamorfosis camaleónica. De un gusanito insignificante surge una dispendiosa,
apabullante y generosa tara bruja. Son simpáticos, caen bien, no son avaros,
regalan mucho, embadurnan mucho, dejan una estela de complicidad sutil que
compromete desde el magnate vividor, hasta al pata en el suelo a través del
chantaje de las misiones, Claps, carnés de la patria y otros delitos.
Pero es en tiempo de elecciones cuando se quitan la careta. Deserción,
conjura y complot. Surgen las componendas, se pone precio a lo que queda de
moral. Y ayer, los votantes asombrados y confundidos se unieron en una
estampida suicida que desembocó en el basto océano de la apatía, permitiendo
que los ineptos políticos con su inocultable empirismo continúen destrozando y
saqueando a la patria. Que oiga quien tiene oídos…