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Beatifican a médico español que curó a uno de sus asesinos antes de ser martirizado

El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal Angelo Becciu, beatificó en la catedral de Tarragona (España) al laico Mariano Mullerat i Soldevila que fue asesinado durante la persecución religiosa de la Guerra Civil y que antes de morir atendió a uno de sus asesinos.

La catedral de la diócesis de Tarragona (España) acogió la beatificación del laico Mariano Mulletat i Soldevila, médico que fue asesinado por odio a la fe durante los años de la persecución religiosa de la Guerra Civil española.

La celebración fue presidida por el Cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, también concelebraron el Arzobispo de Tarragona, Mons. Jaume Pujol; el Cardenal Juan José Omella, Arzobispo de Barcelona, y los Obispos de las demás diócesis de Cataluña.

A la ceremonia de beatificación asistieron tres hijas del nuevo mártir y las lecturas las hicieron dos nietos del nuevo beato.

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Arquebisbat TGN@McsTgn

Familiars del nou beat, acompanyats per palmes i llànties, han dipositat les relíquies (la creu que Marià Mullerat sempre portava a la butxaca, restes òssies i d’altres objectes personals) al presbiteri #BeatificacioMullerat96:30 – 23 mar. 2019Ver los otros Tweets de Arquebisbat TGNInformación y privacidad de Twitter Ads

El Cardenal Angelo Becciu recordó durante la homilía que “nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor, ni los acontecimientos mas dramáticos ni los sufrimientos mas atroces” porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” y recordó que “en las diversas dificultades los cristianos no solamente salen victoriosos sino que además vencemos de sobra gracias a Aquel que nos ha amado”.

En ese sentido, el Prefecto de la Congregación para las Causas de los santos aseguró que “el beato Mariano Mullerat i Soldevilla ha experimentado plenamente en el camino de su peregrinación terrenal el amor de Cristo y ha perseverado en este amor a pesar de las dificultades, las tribulaciones y la persecución”.

Por eso la Iglesia “reconoce su santidad de vida, que consiste en el amor mediante el cual permanecemos en Cristo, como Él permanece en el Padre”.

“La cima de la santidad se alcanza recorriendo la vía del amor, no existe otro camino. Y Mariano ha ascendido esta cima y ha alcanzado el destino de los justos y los elegidos, del que habla el libro de la Sabiduría. Vive junto al Señor porque permaneció fiel a él en el amor”; aseguró el Cardenal Becciu

También recordó que el tiempo en el que vivió el beato Mariano Mullerat i Soldevilla, “se caracterizó por una fuerte oleada de odio persecutorio contra el cristianismo y contra a quienes manifestaban la fe con las obras de misericordia”, pero “él rechazo huir y permaneció en su lugar. Continuó desarrollando con espíritu evangélico su misión de médico a favor de los mas necesitados”.

Como médico, el beato Mariano Mullerat i Soldevilla unía al cuidado del cuerpo “el cuidado espiritual, preparándolos para recibir los sacramentos. Al mismo tiempo que no dejaba de prestar gratuitamente las atenciones médicas a los pobres”, aseguró el Cardenal quien también precisó que “se convirtió así en un apóstol que difundía el perfume de la caridad de Cristo”.

“El beato Mariano, desde los primeros años de su existencia, comprendió esta verdad, que el amor consiste en darse así mismo y que es necesario dar la vida como hizo Jesús. Siguiendo al Divino Maestro vivió con empeño su vocación cristiana mediante una existencia alegre y llena de frutos como laico católico estudiante modelo, esposo y padre de familia ejemplar, comprometido en la vida social y política para difundir con coraje un humanismo cristiano”, precisó durante la homilía.

También destacó que fue “un creyente que se tomó en serio el bautismo, sembrando a manos llenas la levadura evangélica en la ciudad de los hombres” y que “en su actividad de médico, de alcalde, de periodista se puede captar una clara vida cristiana, abierta incesantemente a las necesidades de los hermanos”.

“Dada la situación de persecución religiosa que explotó en modo violento en el verano de 1936, el beato Mariano sabía que estaba poniendo en riesgo su vida, porque era conocida su identidad de creyente y su ferviente apostolado en asociaciones laicales en las parroquias, en el servicio generoso a los últimos”, recordó el Cardenal y afirmó que “a causa de este estilo de vida abiertamente evangélico era considerado por los milicianos una persona pública que actuaba por cuenta de la religión católica”.

Esta pertenencia suya hizo que fuera “capturado y asesinado por los enemigos de Cristo, y pagó con el arresto y la muerte violenta su fe en Jesús hasta el sacrificio supremo de su vida. Tenia 39 años”.

El Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos aseguró que “impresiona la intensidad del amor demostrada por el nuevo beato, que alcanza el culmen en el gesto heroico de perdonar a los propios verdugos y hasta curar una herida de uno de ellos. A la violencia respondió con el perdón, al odio respondió con la caridad que no lleva cuenta del mal recibido, que todo lo escusa y todo lo soporta”.

Aunque cada martirio tiene lugar en una circunstancias históricas trágicas “que asumiendo a veces la forma de persecución, conducen a una muerte violenta por la fe, pero en medio de un drama similar el mártir sabe trascender el momento histórico concreto y contemplar a sus semejantes con el corazón de Dios, amando a sus enemigos y rezando por quienes lo persiguen”, en definitiva, “el mártir hace visible el misterio de la fe que ha recibido y se convierte en un gran signo de esperanza anunciando la salvación para todos”.

“Uniendo su sangre a la de Cristo sacrificado en la cruz, la inmolación del mártir se transforma en ofrenda delante del trono de Dios, implorando clemencia para los perseguidores”, aseguró durante la homilía.

Por eso el Cardenal Becciu manifestó su deseo de que el ejemplo del beato Mariano sea para “la archidiócesis de Tarragona y para todo el pueblo de Dios que peregrina en España, un potente faro de luz, una insistente invitación a vivir el Evangelio en modo radical y con sencillez, ofreciendo un valiente testimonio de la fe que profesamos”.

“Su disposición a afrontar la persecución y la muerte como paladín de la fe, sigue constituyendo hoy un claro ejemplo de fidelidad a Dios y de amor a los demás. Incluso en circunstancias adversas. Su martirio representa para todos un importante estimulo que impulsa a la comunidad cristiana a reavivar la misión eclesial y social, buscando siempre el bien común, la concordia y la paz”, subrayó.

Además recordó que el ejemplo y el final de la vida del nuevo beato no debe suscitar “un mero sentimiento de admiración, no es un héroe, un personaje de una época lejana”, sino que sus palabras y sus gestos “nos hablan y nos impulsan a ir configurándonos más planamente a Cristo” para poder “ofrecer a la sociedad actual un testimonio de nuestro amor y compromiso por Dios y los hermanos”.

“Con su existencia y el testimonio de su muerte nos enseña que la auténtica felicidad se encuentra en la escucha del Señor y en poner en práctica su palabra”, aseguró el Cardenal y recordó que “el servicio más precioso que podemos prestar hoy a nuestros hermanos es ayudarles a encontrar a Cristo”.

También animó a que “el ejemplo de santidad del nuevo beato nos dé abundantes frutos de vida cristiana, un amor que venza a la tibieza, un entusiasmo que estimule la esperanza, un respeto que de acogida a la verdad y una generosidad que abra el corazón a las necesidades de los mas pobres del mundo”.

Breve biografía

Mariano Mullerat nació en la localidad de Santa Coloma de Queralt, en la diócesis de Tarragona en 1897. Estudió medicina en la Universidad de Barcelona y se “distinguió por su aplicación y por la profesión y defensa de la fe”.  

Se casó en 1922 con Dolors Sans i Bové, en la localidad de la Arbeca, provincia de Lérida perteneciente a la Diócesis de Tarragona. Tuvo cinco hijas, ejerció como médico en los pueblos cercanos, se inscribió en el Apostolado de la Oración y animaba a los enfermos graves a recibir los sacramentos, asistía a los pobres gratis e incluso los ayudaba con medios materiales.

Fundó y dirigió un periódico local en catalán “L’Escut” y fue elegido alcalde de Arbeca en 1924 y hasta 1939. Su elección no estuvo motivada por la pertenencia a partidos políticos, sino por el respeto y prestigio que tenía entre los habitantes.

En 1921 se proclamó la Segunda República. Mullerat era consciente del peligro que corría por el catolicismo que profesaba en el ámbito personal y profesional. Por eso, según recoge su biografía oficial, “se fue preparando para lo que presentía que le iba a ocurrir, y ya desatada la persecución, arriesgó la vida y se mantuvo generosamente al lado de sus enfermos”.

Además pidió a su esposa que perdonara a los perseguidores como él los perdonaba. Milicianos del bando republicano ingresaron con violencia a su casa y, antes de obligarlo a salir, arrojaron por el balcón objetos religiosos y les prendieron fuego.

Luego, mientras Mullerat estaba retenido, los milicianos volvieron a la vivienda y obligaron a su esposa y a su suegro a que quemaran todas las imágenes religiosas que quedaban.

Durante el tiempo que Mullerat estuvo detenido, curó a uno de sus verdugos de una herida que se causó a sí mismo de manera accidental. También recetó medicinas para el hijo enfermo de uno de los milicianos que le mantenían apresado.

Una vez ya subido al camión que le llevaba al lugar donde iba a ser asesinado, escribió en un papel el nombre de los pacientes que esperaban su visita y pidió que se entregara la lista a un médico de un pueblo cercano para que pudiera atenderlos.

Fue fusilado, sin juicio ni defensa, el 13 de agosto de 1936 en un lugar denominado “el Pla”, a tres kilómetros de Arbeca, junto con otras personas.

Según su biografía oficial, “se cree que el siervo de Dios tornó a exhortar a la plegaria a los demás detenidos. Una persona que pasaba por aquel lugar oyó que pronunciaba estas palabras: ‘En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu’”.

Antes de matarlo le asestaron un golpe en el rostro con una azada, que hizo que se le saltaran los dientes.

Tras dispararle, y cuando algunos de sus compañeros todavía estaban con vida, les rociaron con gasolina y les prendieron fuego.

Los familiares de los fallecidos reunieron algunos de los restos calcinados y en 1940 colocaron las cenizas mezcladas en un monumento en forma de cruz que todavía hoy se encuentra en “el Pla”.