Arte y Cultura

Las mujeres fuertes dominan las pantallas

Películas y series de televisión reimaginan el rol femenino en las historias de la cultura audiovisual, desde la construcción de los personajes hasta la definición de sus historias, giros dramáticos, motivaciones y resoluciones. La evidencia es un breve repaso por las héroes y villanas de la cultura pop

En la serie Sharp Objects (basada en la novela del mismo nombre de la escritora Gillian Flynn), el canal HBO tomó la arriesgada decisión de asumir la tridimensionalidad de su protagonista, algo que no ocurre con frecuencia en la pantalla grande o chica. La Camille Preaker de Amy Adams no sólo es el misterio de una narración cargada de ambigüedad y dobles lecturas, sino también es el rostro visible de una reflexión profunda sobre el dolor, los traumas y lo vicioso que puede resultar el sufrimiento oculto bajo capas de extraño simbolismo.

Camille —una reportera con pocas ambiciones, autodestructiva y herida por su pasado— encarna un tipo de personaje que rara vez se muestra: uno repleto de errores y por completo imperfecto. A pesar que la serie narra un caso de asesinato, en realidad el protagonismo lo lleva a cuestas el particular punto de vista sobre lo moral, el dolor emocional y el horror de las pequeñas tragedias privadas, encarnado en un personaje femenino.

Desde el escarceo de la serie Girls (Lena Dunham, 2012–2017) para atacar la imagen de la it girl hasta el debate sobre el discurso de género en mujeres tan jóvenes como Emma Watson, la imagen de la mujer objeto —la frágil, la deseable, la abnegada, la heroína secundaria, la decorativa— dieron paso a una concepción novedosa, un protagonismo que asombró y desconcertó pero también, demostró que la forma como se interpreta a la mujer —su identidad— se está transformando en algo más sustancioso.

Se trata de una reinterpretación de lo femenino que rindió frutos con la Leia Organa (Carrie Fisher) de Star Wars: A New Hope (George Lucas, 1977) quizás el primer personaje femenino de la cultura pop con peso propio. Su existencia permitió nuevas visiones sobre la mujer alejadas de la noción tradicional como Ellen Ripley (encarnada por Sigourney Weaver), Sarah Connor (interpretada de manera sucesiva por Linda Hamilton, Lena Headey y Emilia Clarke). Pero además, se trata de una estructura novedosa que abarca la concepción del héroe tradicional, encarnada por una mujer.

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La Hermione Granger de la actriz Emma Watson es uno de los pilares del universo ideado por la escritora JK Rowling y que se trasladó a la pantalla grande con la misma notoria influencia del camino del héroe reinventado para una nueva generación de personajes y sin duda, actrices. Unos años antes Arwen (Liv Tyler), Éowyn (Miranda Otto) y Galadriel (Cate Blanchett) se convirtieron en personajes preponderantes de la saga El Señor de los Anillos de Peter Jackson.

De hecho, la saga Star Wars ha sido pionera en la forma de mostrar a las mujeres: en la primera de la más reciente de sus trilogías The Force Awakens (JJ Abrams, 2015), el personaje Rey (Daisy Ridley) es el centro de la trama. En la película Rogue One (Gareth Edwards, 2016) ocurre otro tanto: La Jyn Erso de Felicity Jones no es sólo una mujer intelectualmente independiente, sino capaz de liderar una rebelión basada en razones por completo morales y emocionales. Se trata de un personaje lleno de matices elaborado bajo la premisa de una perspectiva ambigua sobre el bien y el mal.

La escritora Gillian Flynn suele decir que ama los personajes femeninos poderosos. Ella está obsesionada con personajes dolientes, intensos y complejos. En su novela más conocida —Perdida (Random House, 2014)— no sólo decide dar un golpe de timón a cómo se percibe a la mujer en las novelas de suspenso, sino construir toda una estructura original que sostenga la idea.

Se trata de una historia cruel, cínica y durísima, donde Amy, la protagonista absoluta de la trama, es una mujer que desconoce el viejo mandato de la vulnerabilidad femenina y lo convierte en otra cosa. Porque la Amy de Flynn es muchas mujeres a la vez: dulce y atractiva, inteligentísima, cruel y déspota, violenta y despiadada si hace falta, Amy deja a un lado los tópicos de la mujer que sufre y trata de huir de los pequeñas fatalidades de la vida cotidiana, para convertirse en otra cosa.

Para su versión cinematográfica, Amy (interpretada por la actriz Rosamund Pike) también es una villana que no duda en mentir, robar y asesinar. Al final no sólo triunfa en su empeño de “castigar” a voluntad a quien le plazca, sino hacerlo sin perder la sonrisa.

No hay arrepentimiento, culpa y mucho menos dolor en Amy. Para ella, su manera de actuar es necesaria, inevitable. Incluso se justifica, mientras la novela transcurre entre un análisis del papel de la mujer como chivo expiatorio y su nueva encarnación en un tipo de maldad muy específica. Y Flynn, cuyas historias suelen girar alrededor de grises morales, dota a su personaje no sólo de poder sino también, de veracidad. La Amy de Gillian Flynn —de la misma forma que su Camille en Sharp Objects— es tan dura como agresiva, tan original como inolvidable.

Algo parecido ocurre con el personaje de Katniss (Jennifer Lawrence) de la saga Los Juegos del Hambre. Sin caer en los extremos habituales sobre las mujeres en libros de acción, el personaje no sólo escapa a los límites y restricciones tradicionales que intentan dividir lo masculino y lo femenino. Katniss, de hecho, se convierte en un símbolo justo por su capacidad mutable: es cazadora y protectora de su familia, pero a la vez, también llora y se preocupa por ellos con una conmovedora angustia contenida que la hace falible y humana.

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La escritora Suzanne Collins creó un personaje que combinó todas las identidades de la mujer y además, la dotó con una inteligencia estratégica que casi siempre suele atribuirse al hombre. Un elemento que comparte con la película Wonder Woman(Patty Jenkins, 2017). En las primeras escenas del film, la mítica isla de Themyscira se muestra en todo su esplendor: entre la realidad y un mundo alternativo, el hogar de las Amazonas tiene una apariencia onírica, flotando en mitad de un mar sin nombre. No obstante, de inmediato la directora nos recuerda que no se trata de un lugar paradisíaco sino el origen de un raza de extraordinarias guerreras. La cámara observa los entrenamientos de las amazonas, los detalla y los muestra como un paisaje poderoso. Cada una de ellas, encarna un tipo de fortaleza que va más allá de lo físico y que tiene una enorme relación con un tipo de valor mítico que domina la escena entera.

En la televisión ocurre otro tanto: en la serie de la cadena Netflix Stranger Things (que con su segunda temporada se consolidó como una de las más populares del medio) dominan los personajes femeninos poderosos y multidimensionales: Eleven (Millie Bobby Brown), Nancy (Natalia Dyer), Joyce (Winona Ryder) y Max (Sadie Sink) forman un poderoso cuarteto que protagoniza la mayoría de la trama y que además, sostiene con facilidad una historia basada directamente en una noción moral familiar y casi idílica. Juntas, se muestran como una expresión de una nueva visión sobre la concepción de lo fuerte, pero también, sobre la noción del poder, que convierte a sus personajes en metáforas sobre una concepción consistente sobre lo femenino.

Algo semejante ocurre con la recién culminada Game of Thrones de HBO. Desde Cersei Lannister (Lena Headey), el poder detrás del trono; la heroína trágica Daenerys Targaryen (Emilia Clarke); el espíritu indomable de Arya Stark (Maisie Williams), las mujeres de la serie no sólo luchan por el poder, sino también contra la percepción que se tiene de ellas, una batalla que no siempre ganan y que hace mucho más dolorosa sus caídas y equivocaciones.

Como Daenerys Targaryen, convertida en villana por su desmesurado apetito por el poder, o Sansa Stark (Sophie Turner), que atravesó una madurez dolorosa y cargada de pesares por atenerse al papel clásico que la cultura donde nació creó para ella. Todas las mujeres de la historia, evolucionaron y se hicieron cada vez más poderosas.

Lo mismo podría decirse sobre la versión cinematográfica de la ya famosa Captain Marvel (Anna Boden y Ryan Fleck, 2018). Carol Danvers se transforma en la respuesta de la productora Marvel al éxito de Wonder Woman con el rostro de la ganadora del Oscar Brie Larson. Fue la oportunidad de las casa de las ideas para sostener toda una nueva versión sobre lo femenino, que hasta entonces había pasado por diversas polémicas y una buena cantidad de críticas.

Con un uniforme militar alienígena, sin sonreír y con el poder para destruir al temible Thanos —o eso sugiere la evidencia— Carol Danvers demuestra que la mujer tiene un lugar preponderante en el nuevo universo de superhéroes que llenan la pantalla chica y grande. Toda una nueva dimensión a un fenómeno que transformará cierta percepción sobre lo femenino en las próximas entregas.

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Pero la fuerza femenina tiene muchos rostros: Lila Cerullo (interpretada de niña por Ludovica Nasti y de adolescente por Gaia Girace) de la serie My Brilliant Friend de HBO/RAI Italia tiene toda la fuerza salvaje, la concentrada determinación y a la vez la fragilidad casi inquietante de su gemela literaria, basada en el libro de la escritora Elena Ferrante. El decimotercer Doctor Who (Jodie Whittaker) también es una mujer y, aunque pueda parecerlo, no se trata de una decisión políticamente correcta y mucho menos una forma de complacer a la cada vez más diversa audiencia del programa.

Algo que es notorio en la forma en que la influencia del símbolo femenino se extiende en todas direcciones: el director Ryan Coogler crea para su ficticia Wakanda en Black Panther (2018) un ejército de mujeres poderosas. De hecho, las mujeres en Wakanda tienen un papel particularmente importante y ofrecen al Rey T’Challa (Chadwick Boseman) todo tipo de conocimientos, apoyo y fuerza.

“¿Quién soy?” fue una de las frases más frecuentes durante la primera temporada de la serie Westworld (Lisa Joy y Jonathan Nolan para HBO, 2016). Por entonces Dolores (interpretada con una sutileza espléndida por Evan Rachel Wood) era una versión evidente y casi patética, del peligroso concepto del parque temático en el que la inteligencia artificial se enfrenta a sus peores extremos. Agredida, abusada y vencida por la violencia una y otra vez, Dolores era el rostro visible de los secretos inconfesables de Westworld y sus implicaciones.

Pero para la segunda temporada, Dolores se convirtió encarnación de la peligrosa e invisible dualidad de la paranoia sobre la inteligencia artificial y, también, en el reflejo del todopoderoso Robert Ford (Anthony Hopkins en una faceta espectral, convertida en la conciencia reflexiva y siniestra del parque).

La revolución de las mujeres poderosas parece estar en todas partes. Desde la espléndida Charlize Theron en Mad Max: furia en el camino (George Miller, 2015), demostrando con un sólo brazo y una dura mirada de sobreviviente que una mujer puede liderar una película de acción sin el menor esfuerzo, pasando la Kimmy Schmidt de Unbreakable Kimmy Schmidt (protagonizada por una Ellie Kemper en estado de gracia) a la magnífica Jessica Jones (Krysten Ritter) los roles para mujeres parecen cada vez mucho más complejos, poderosos y sobre todo, consistentes de lo que nunca había sido.

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