Vecinos del Cují viven una «batalla Campal»
Una “batalla campal” se vivió la mañana de este miércoles tras un enfrentamiento de horas entre habitantes de Residencias El Cují y los residentes de los barrios Motocross, La Esperanza y Ciudad Lossada.
Desde las 9:00 de la noche del martes los muchachos de El Cují que se mantienen en “resistencia” retomaron las protestas que, desde hace más de una semana, habían cesado. Volvieron a colocar barricadas y trancaron el paso en la avenida Guajira en los alrededores del conjunto residencial, incluso atravesaron un camión de Coca-Cola en el semáforo de la bomba Pdvsa de San Jacinto para impedir el tránsito vehicular por la zona.
Estaban divididos en varios “frentes”. Unos custodiaban la entrada principal, otros permanecían en las azoteas de los edificios en vigilancia y otros estaban apostados en un costado para evitar que nadie ingresara a través de un boquete que había en la cerca después de que un camión chocara y tumbara parte del bahareque en horas de la madrugada.
“Por ahí vienen, se van a meter”, comenzaron a gritar de repente y de la nada se inició un intercambio de piedras. De afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera.
La gente de los barrios aledaños al Cují reclamaba que, por más de un mes, les han mantenido obstaculizado la entrada y la salida de sus casas y el impedimento de poder trasladarse hasta sus sitios de trabajo. La gente que vive en el conjunto residencial busca hacerse escuchar por considerar que el Gobierno venezolano no es apropiado y pide un cambio. Defender cada causa hizo de la avenida Guajira un campo de guerra.
El conflicto duró menos de 10 minutos. Del lado de adentro Nadie resultó herido. Solo los vidrios rotos de unos vehículos evidenciaba el enfrentamiento que acababa de ocurrir.
“Dejen de agredirlos” – gritaban desde los apartamentos a los jóvenes que se mantenían en los estacionamientos – “No vale la pena provocarlos”.
De repente todo terminó. Había una tensa calma. Poco a poco, los del Cují volvieron a salir y se apostaron a las afueras del portón principal. En las inmediaciones había estudiantes de los liceos Ingeniero Luis Aurelio Beroes y Luis Beltrán Ramos.
Improperios iban y venían de bando y bando. Unos 100 metros los separaban, todos se insultaban pero nadie atacaba. Una que otra piedra volaba por los aires pero sin dirección determinada.
“Esta mañana fui a hacer una carrera en Palaima, pero me dijeron que no podía pasar, que no podía circular por ahí”, decía Jorge Narváez, mototaxista de La Pícola, por lo que decidió unirse a sus compañeros e intentar despejar el paso. Pero los que colocaron las barricadas no estaban dispuestos a dejar que eso pasara.
De repente, luego de unos 20 minutos, todos comenzaron a correr. Otra batalla se había iniciado. A los contendientes del lado fuera se les habían sumado también los motorizados de las líneas La Pícola, Rafito Villalobos, Las Malvinas y Motocross. Los del lado dentro del conjunto de edificios tuvieron que dividir fuerzas, unos defendían la parte delantera y otros trataban de mantener el lado de atrás despejado pues habían logrado hacer un segundo boquete en la cerca trasera e intentaban invadirlos por ahí.
Esta vez el conflicto no terminaba. Cohetes, botellas, piedras, bloques, bombas molotov. Todo era bueno para usar y defender cada una de las dos tendencias.
Eduardo López exclamaba: “Estamos cansados de esta vaina, hasta cuándo no nos van a dejar trabajar”. Mientras que los que estaban en el Cují consideraban que los estaban agrediendo porque les habían pagado para hacerlos resistir de protestar.
De repente, entre un centenar de personas lograron tumbar uno de los portones de acceso e ingresaron al estacionamiento. Lanzaron una bombas y quemaron dos vehículos, un Volkswagen tipo escarabajo y un Ford Fiesta de color negro.
Hicieron retroceder a los del Cují, e ingresaron por la entrada principal tras correr un portón negro y saltarse la cerca. Todos corrieron a resguardarse en los interiores de los apartamentos. Por más de 10 minutos sería imposible saber qué pasó. Aparentemente “los invasores” salieron al considerar haber ganado. Hasta las 10:30 de la mañana ningún cuerpo de seguridad se había hecho presente. La pelea era pueblo contra pueblo.
Cuando los manifestantes salieron de las casas los ánimos comenzaron a caldearse de nuevo. Finalmente, cerca de las 11:00 de la mañana, José Luis Alcalá, director de Polimaracaibo, logró ingresar a las residencias y comenzó a mediar con ambos bandos para calmar los ánimos.
Al principio fue difícil. Todos se resistían. “Buscamos dialogar, pero la gente no quiere conversar, son intransigentes, no hay respuesta. Pedimos los refuerzos para restablecer el orden público”, declaró.
Unos vestigios de “guerra” aún se vivían en la parte trasera del Cují, en la calle que colinda con Ciudad Lossada. Las botellas y las piedras chocaban contra los edificios y un tercer carro terminó quemado.
Tras conversaciones, y la posterior llegada de unos 50 efectivos de la Policía Municipal se apaciguó el conflicto y la guerra, aparentemente, terminó con el compromiso de los manifestantes de ambos bandos de no atacarse y de permitir el trabajo a quienes iban a limpiar las calles y restituir el tránsito vehicular.
Pasado el mediodía se tuvo conocimiento que un joven de 27 años, habitante del conjunto residencial, resultó lesionado en medio del enfrentamiento.