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Una familia diezmada por la masacre

Christophe Lyon se encontraba la noche del atentado en Niza en el Paseo de los Ingleses con su esposa, Véronique, de 55 años, sus padres, sus suegros y el hijo de ella, Michaël Pellegrini, de 28 años. En su carrera macabra por la avenida, el camión de Mohamed Lahouaiej Bouhlel solo le rozó. Pero se llevó por delante al resto del grupo, matando en un instante a tres generaciones de una misma familia. Lyon cuenta ahora con el respaldo de su hija menor, quien no estaba presente aquella noche, de sus amigos, que cuidan con recelo de su intimidad, y del cariño de un pueblo entero, el de Gattières, donde reside, volcado con su pena.

“Son personas muy amables, muy buena gente y muy sencillos”, explica con un hilo de voz un amigo personal de Christophe, quien no quiere dar su nombre por respeto, frente a la bolera a la que suele acudir. “No le puedo decir mucho más, hemos estado este domingo con la familia y amigos en la iglesia y nos han pedido discreción. No quieren atención, están destrozados”, añade. A la entrada del club ha desplegado una gran pancarta en la que se puede leer: “Puto camión. Soy Gattières. Soy Niza”.

Christophe y Véronique se habían instalado hace unos años en este pintoresco pueblo de callejuelas y casas de piedra de Gattières, en las alturas del monte, a unos 20 kilómetros de Niza. Los padres de ambos, Gisèle y Germain Lyon, de 68 y 66 años, originarios de L’Aube, y François y Christelle Locatelli, de 82 y 78 años, naturales de Lorena, habían venido a visitarles unos días. A estas vacaciones en familia se había sumado el hijo mayor de Véronique, fruto de una relación anterior, Michaël Pelligrini, profesor de economía en un pueblo de la Lorena.

En el pueblo, todos recuerdan la gran sonrisa y el buen humor de Véronique. Había dejado su trabajo como niñera cuando la empresa de transporte de su marido lo envió a esta zona. Esperaba ahora la apertura anuncia de una guardería en la comuna para presentarse.

“Era una mujer muy simpática, muy amable, una persona a la que no podía no querer”, recuerda Alice, la dueña de la panadería donde acudía con frecuencia. “Venía aquí, se sentaba con otras señoras del pueblo, bebía su café y leía su periódico. Siempre preguntaba por todo el mundo, era realmente una persona buena”, añade. “Este no era su destino, lo que ha pasado es que alguien le ha arrebatado la vida”.

El ayuntamiento ha rendido un último homenaje a la familia este mediodía con una marcha solidaria y un minuto de silencio. Se ha celebrado otro en Niza, frente al Paseo de los Ingleses en recuerdo por las 84 víctimas mortales del atentado, donde varios asistentes han abucheado al primer ministro, Manuel Valls, que ha asistido al homenaje.