Arte y Cultura

La escritura de César Chirinos

A sus 83 años, José Ramón Silva Chirinos, mejor conocido como César Chirinos, ha logrado cimentar su ars literario como cuentista, novelista, dramaturgo, crítico de arte y a la par como promotor cultural. Sus inicios se remontan a finales de los años 60 y continúa su afianzamiento en las décadas siguientes. Hoy 7 de noviembre, en el Centro de Arte de Maracaibo, Lía de Bermúdez, este falconiano nacido en la Sierra de San Luis, y establecido en la ciudad desde su infancia, está de aniversario y en honor a su gran legado se presenta el documental César Chirinos, el eslabón perdido… producción de la Escuela de Fotografía Julio Vengochea, en la creativa Dirección de Jesús Moreno y Álvaro Silva.

A finales de esos años 60 ya César Chirinos, iniciaba una incisiva y sostenidas afrenta con la escritura que se prolongará con profusión y desvelo 5 décadas después.  “Hombres y nombres sin regreso” y “Espectros de un viaje en autobús”, dos narraciones premiadas en el prestigioso concurso de la Facultad de Humanidades y Educación  (LUZ 1969/70)  y “Diccionario de los hijos de Papá”, ediciones Guillo, 1972, fueron las primeras obras que nos acercara el mismo César Chirinos. Luego con cautela, me entrega la novela Mañana con cruel, que ciertas posiciones de censura institucional habían  condenado al ostracismo y el olvido.

Es la época dorada del recién creado Grupo Guillo (exposiciones, libros, revistas, extensas como fértiles tertulias acrecentaron su amor/desamor por la ciudad-puerto). Ángel Peña, Edgar Queipo, Óscar González Bogen y tantos otros, acompañábamos a César Chirinos en la singular tarea de crear, referenciar y contrastar  las diversas expresiones culturales con una carga de humor, amor, beligerancia y posiciones contestatarias que tenían como escenario los predios de la Dirección de Cultura de la Universidad del Zulia, las casas del callejón Celis y los inverosímiles como rutilantes  bares de la ciudad. César ejercía esa potestad con una buena dosis de desenfado, humor y sabiduría. Se convertía en el personaje fabuloso que manejaba el lenguaje a su antojo, así como las más diversas temáticas del quehacer cultural. Hablaba de Faulnerk, Kafka, Quevedo, Valle Inclan así como de Sergio Eisenstein  o Margot Benacerraf tanto como si hablara de la filosofía de Pedro El Cantinero de las Cuevas del Humo, el arte gastronómico de Olivia en Ziruma o las peripecias de Parra Finol para conseguir empleo en los institutos de Maracaibo.

Era un personaje y ante mis ojos de incipiente narrador, su presencia era un acicate que incidía en el enigma de la ciudad y sus personajes de fábula:

“Ranses (el mismo que anda y desanda), mayor en años y de curtida experiencia, era la delicia. Le imitábamos hasta en el tono socarrón de su voz. Queríamos oler a él, imitarle su escupitajo y sus rancias maneras de animal manso. Engranaba las situaciones con un gusto y desdén alternados, en el fondo de sí jugueteaba placenteramente con los extremos. Un andén marchaba en su interior dejando comisuras, negras arrugas que una clara conciencia iba delineando con fruición: en pocas cosas creía sin embargo a ninguna le estaba vedada su dosis de credulidad. Con él, Tono y Celeste (alejada Celeste en su confesión) me sentía verdaderamente en familia. Alejandro, hijo de ambos, rotuló fotos con apelativos justos, apreciativos. Con los años, los espacios recuperados por la lente abrirían una filiación sensiblemente cultivada por nosotros y a su vez, una progresiva sucesión de imágenes impresionistas, caldeadas por una singular estética. Una vocación incubada al calor de las renuncias, hizo emerger una pasión inequívoca por las situaciones extremas que inundó todo aquel conjunto familiar, oriundo de las Antillas y cuyos ancestros habían recorrido la Sierra de San Luis, antes de instalarse definitivamente en Maracaibo.” (En Turbio Fontanero, de A.F., Maracaibo, 1986).

Guillo¡ ¡Guillo era estar alerta¡ ¡Pendiente¡!Mosca! que se traducía sencillamente en ser testigo de excepción de aquel aluvión de los años 60 que electrizaba y solicitaba una lectura del mundo, del país , de la ciudad. El mundo se estremecía a nuestro alrededor.  Maracaibo, sus puertos, sus casas, sus mujeres, sus personajes, sus calles, sus bares,  girarán con un fervor inusitado en un torbellino que bien valía la pena exorcizar a través de la palabra, la escritura, el dibujo, la pintura. Guillo era el reto que se asumía desde la entrega total, sin ambivalencias, sin rencores, con una cierta dosis de ingenuidad y en el ejercicio de las propias posibilidades como  limitaciones.

“Bajo esos signos imprimimos la primera revista, «el órgano de difusión del grupo», decíamos con orgullo. Los números siguientes (4 en total, algún afiche sobre actividades del grupo, algunos textos de miembros o amigos del movimiento) llevaban el sello de una condición de nuestras propias exigencias: eran ediciones marginales: ediciones sencillas en papel de desecho, con livianos pasteles e ilustraciones de los mismos integrantes del grupo. Los textos remedaban nuestra situación de desamparados ante un mundo que hostilmente desacralizábamos en ingenuos y calurosos enunciados. Ediciones que apenas llegaban a los 700 ó 1.000 ejemplares y sin una política de distribución (o mejor, falta de verdaderos contactos con el mundo de los negocios que sencillamente deplorábamos) quedaban engavetadas muchas veces y, sólo lográbamos colocarlas entre amigos y «cómplices» que las guardaban como reliquias para una improbable posteridad.

En una ocasión Ranses, Parra (Edgar Queipo) y Ángelo (Ángel Peña) se dieron a la tarea de recoger muñecas en el relleno sanitario (restos de muñecas, caras, pedazos de cráneo con escuálidos y sucios mechones de pelo, bustos quebrados, brazos y otros miembros maltrechos) en guacales que, luego de armar un escenario de orfandad fueron expuestas en una casa que para uso de galería y reuniones habían alquilado en el centro de la ciudad.

En aquella casa (una vieja casa que pintamos de amarillo pollito y los poyos con recios zapotes, mosaico a cuadros hasta el umbral del patio y sembrada de dalias y trinitarias) se gestaba lo que luego algunos críticos dieron en llamar «la escuela de Maracaibo» o «el plantel de gráficos zulianos» como prefería Ranses o «Los Plásticos» en la rechifla de Luzardo.” (En Turbio Fontanero, de A.F., Maracaibo, 1992).

“Las Quirúrgicas”, se llamó esa retadora exposición. Ninguna lisonja al establisment ni querentoñas al poder instituido, nada qué ver convacas sagradas, el orden institucional huero, hueco, vacío no tenía ninguna correspondencia con la creación, con la autenticidad, con los valores. Muesca de una sociedad deshumanizada había que desacralizarla. Guillo asumía el reto, mientras editorializaba en su Manifiesto:

«Que se olviden de GUILLO esos irreverentes facilistas que creyéndole rendir culto a la estética y la sintaxis, lo que hacen es rendirle pleitesía al Compendio de cómo coger un coctel de Manuel Antonio Carreño o un té; obligando así a los ‘cerdos’ que buscan su dieta en el itinerario del Relleno a subir, subir y subir hasta la plataforma de su sabiduría, y tenerlos así paticas y con manos».  (1974)

Movimiento que incubaría al calor de las interminables como enriquecedoras discusiones, las contrastaciones de sus particulares expresiones, los aciertos y desaciertos de sus múltiples propuestas que tenían en  el sentido grupal  el leiv motiv de compartir, pertenecer a esa particular  familia que extendía sus posesiones simbólicas y afectivas  más allá de lo pensadamente individual.  Ángel Peña, Edgar Queipo, Ender Cepeda, echaran raíces en su ya prometedora carrera como artistas.

Guillo cumplió su ciclo!  En la dinámica política y cultural que caracterizaba al país para la época, nos propusimos un nuevo comienzo. Nacía  El Taller de Telémaco: Como casa de encuentro del quehacer artístico en sus   diversas manifestaciones… El Taller de Telémaco abre sus puertas a quienes de una forma u otra han combatido los manejos de tutores culturales o bien las maquiavélicas proyecciones de las entidades turníferas que pretenden, como han dicho los telémacos del desvencijado y despalomado malecón, ganar indulgencias con escapularios ajenos … La 1era. jornada será la Exposición colectiva de pintura, dibujo y cerámica de quienes integran nuestro grupo y las piezas del escultor José Fajardo como invitado especial. Al mismo tiempo, presentamos el título “Cuando la lengua ahoga a los ahorcados”,  del joven cuentista Vidal Chávez y así mismo entregamos este primer número de la revista  “El paujil Maneto”. 

Decididamente El Taller de Telémaco reitera y ratifica sus planteamientos a través del trabajo cotidiano; el oficio diario dará la tónica de nuestros postulados y será, a la vez, la convergencia de nuestra identidad: la identidad de nuestro país, la identidad de nuestro pueblo latinoamericano.”

TALLER DE TELEMACO    Maracaibo, Mayo de 1977

César Chirinos cultivaría  con fruición  esa narrativa donde el universo portuario y sus personajes, sus vivencias y específicas maneras de asumir el mundo en la permanente diatriba entre la ficción y realidad, van articulando el hilo conductor de una particular cosmovisión: su universo lúdico, mágico, desmesurado y explosivo, en esa fabla beligerante se entreteje buena parte de la narrativa de este oficioso de la literatura.  El puerto y su gente; el lenguaje y sus giros; el lago, el oleaje, el marullo y las manchas de aceite que despuntan en sus costas; el bar y la tertulia insomne, tejen el universo que despachan cuartillas en el intento de asumir sus más disparatadas como veraces ficciones.

Sucesivamente su fabulario fue exhibiendo “Buchiplumas” (Monte Ávila Editores, 1975), “El Quiriminduña de los Ñereñeres”, (Monte Ávila Editores, 1980), “Si muero en la carretera no me pongan flores” (Fundarte 1981), donde ese puerto y sus correlatos tomaron por asalto  su escritura  y fueron diseñado el cómo, el cómo asumir, cómo escribir, cómo interpretar su muy particular universo. Ya no importaba el por qué? El cómo se imponía como respuesta óntica, como respuesta totalizante de ese mágico y contradictorio universo que cobra vida en su esplendente como lúdica escritura, hasta llegar a la obra cúspide de su ya dilatada carrera literaria, “Mezclaje”  (Ediciones Fundarte, 1987) síntesis  de su magma creador en la templanza y coraje de crear una ficción que nos rebasa con creces y nos devuelve nuestra esencia más sensible, entrañable, músculo y sudor, fabla y beligerancia, verbo y espíritu caribeño. El puerto es  la extensión de la ciudad y Maracaibo, su resistencia. El polo ambivalente donde se cuece  bajo el sol de Maracaibo, “el monipodio centellador”, el torso del lago encarnado en el músculo que ejecuta la inverosímil como humana/inhumana tarea de producir aceite de sus mismas entrañas, el oro negro silenciado en la poesía de Udón Pérez. Complejo universo que busca (a la usanza de Cortázar) el lector cómplice que desenrrolle, recreándolo, el ovillo que este artífice del lenguaje arma y desarma sobre el alma sensible de la ciudad.

EL TEATRO QUE LLEVAMOS POR DENTRO

A la par, el inquieto oficiante abonará terreno en  el teatro. Traje de etiqueta, montada por la Sociedad Dramática de Maracaibo, dirigida por Enrique León, llega a presentarse en el Festival Internacional de Caracas (1982) y en el Festival de Guanajuato, México, (1984). Los llamados del amor, escenificada por Yasmina Jiménez. El Batiburrillo, con Romer Urdaneta y el Grupo Mambrú. La comedia de las equivocaciones de William Shakespeare, dirigida por el actor uruguayo Hugo Márquez, en 1991. El Echacantos dirigida por Romer Urdaneta. Dionisio en la tierra del sol amada, dirigida por el cubano Roberto Blanco, en 1983. La borrasca Caribe, dirigida por Romer Urdaneta, en el I Congreso Cultural del Caribe, 1994. El monólogo En las afueras, dirigida por el actor Chucho Pulido.

Amén de una serie de ensayos sobre artistas que un buen cuaderno de arte debería recoger para la confrontación, la evolución y las concreciones del arte en esta región del país.

En esa racha beligerante, de porfía y acechanza, se edita las novelas  “Sombras nada más” (1992), Pellizco en la piel de un puerto (1994), “Jefe de raza con rebenque” (2004), “Escala en todos los puertos” (2005), “De las mías de mío caribe” (2005).

Ese mismo año, 2005, recibe el DOCTOR HONORIS CAUSA DE LA UNIVERSIDAD DEL ZULIA, donde reafirma:

“Soy un fabulador… un inventor de voz literaria o escrita; desde mi pertenencia y compromiso con mi alma-espíritu, conciencia y voluntad, me vuelvo arte intermedio entre lo que es, lo que tiene ser y el aspecto o punto de vista, entre lo unívoco y lo bifronte. Las realidades sociales más complejas, hasta las de doctrinas de lugares comunes o las más triviales, constituyen para mi fábula o mi invención  historias iniciáticas, que yo procuro convertir en lecciones de vida a través del universo de la poesía, el de la novela, el del cuento y el del teatro”.

Un memorable texto que bien debería reeditarse para su discusión en los pensa de estudios humanísticos y no humanísticos en  las universidades y diversos centros de estudio del país.  Como su obra toda, editada y mucha dispersa en revistas, periódicos y  catálogos de circulación nacional, constituirían un buen ejercicio para crear y recrear nuestra propia historia.

“Todo es pequeño ante su grandeza”  (2012), un intento de autobiografía, publicada por el CENAL y el MPPC cuando es homenajeado en la 10ma Feria Internacional del Libro de Venezuela FILVEN, 2014. Donde expone la temática: Desde el monipodio centelleador. La ciudad puerto o El Caribe de César Chirinos, donde en su introducción, hace un trascendental reconocimiento.

LECCION DE VIDA DE UN FABULADOR

Deseo dedicar este discurso  a mi familia directa,

A mi familia indirecta, y

especialmente a Régulo Díaz,

Kuruvinda, quien examinó toda su vida el

proceso mitológico e histórico de lo que tiene que ser y es Maracaibo. 

El empleo de un lenguaje que guiñaba no sin desenfado hacia lo experimental, lo humano chocante, lo grotesco y absurdo cotidiano, en desmesura  el “feísmo” como corriente en contra de la belleza codificada del romanticismo, la palabra alerta, insinuante en ciernes al desparpajo, hicieron gala experiencial en las primeras narraciones del futuro novelista hasta hacerse constante y reiterativa en su particular manera de asumir el mundo. El puerto se abría a una experiencia inédita (“…nunca fui estibador, caletero, y esas cosas  que se han dicho, fui oficinista, entonces conviví con la gente del puerto, con su imaginario, con su tragicomedia cotidiana…” me reitera con fruición queriendo deshacer imprecisiones) que retaba al escritor a serle fiel a su percepción, a esa particular manera de estar en el mundo, de expresar ese mundo con sus conflictos, rechazos, apropiaciones, verdades y ficciones que se convertirán en el modo esencial-vivencial de su escritura.

Anécdotas, vivencias, refranes, expresiones múltiples, tambor y oído, músculo y escucha, verbo y carne se fueron amalgamando en una simbiosis que ha constituido el magma creador de este escritor que a sus 83 años dice que regresa a su pasión primaria: la poesía. Poesía que intuyo nunca ha dejado de escribir, más si de publicar por afianzarse quizás en ese universo delirante de su particular narrativa. Tengo en mi poder Sosima, una de sus creaciones poéticas donde ese universo portuario restalla en su esplendor, ponderando su grandeza y miseria, su afirmación y negación.

Hoy ese magnífico documental, César Chirinos, el eslabón perdido, ha encontrado eco en quienes desde el asombro y la complicidad (en el gesto amoroso de descubrir sus arcanos literarios más profundos y complejos) intentamos una vez más acercarnos a ese universo de agua y fábula, cábala y misterio, puerto de hablas y contiendas, que nos ofrecen sus entrañables como recurrentes escrituras. Un memorioso trabajo documental –las voces del investigador Isea, el comunicador Orlando Villalobos, el poeta y profesor Carlos Pérez,  el polifacético Alexis Blanco, el dramaturgo Romer Urdaneta, la profesora Berta Vega, la actriz Elaine Centeno, el artista José Ramón Sanchez, este servidor, proponen desde su particular trinchera-asador, acercamientos a este mar narrativo y teatral-  que extiende puente hacia una literatura a ratos intrincada y compleja pero que al ceder sus cifras y códigos descorre una de las páginas que enaltecen nuestro imaginario y afianzan con creces nuestra identidad Caribe.

Alexis Fernández