¿Es momento de leer a Hanni Ossott?
Hay recomendaciones infinitas para pasar la cuarentena lo mejor posible y aprovechando el tiempo. ¿Hanni Ossott es una opción? ¿El encierro contempla leer poesía?
n Caracas la cuarentena comenzó el 16 de marzo. Ese lunes saludé por twitter a las 6:20 de la mañana. Quise desearles a todos un buen día, a pesar del contexto de pandemia que se avecinaba sobre mi país.
Suelo despertarme con mucha energía y de madrugada. Desde hace algunos años trabajo por mi cuenta, por eso me animo a cumplir ciertas rutinas, para rendir la jornada y lograr entregar a tiempo los textos o entrevistas que me propongo hacer. No siempre funciona.
Mis días podrían parecer similares en su forma, por las acciones que suelo realizar al abrir los ojos: agradezco a Dios por regalarme 24 horas más de vida, voy al baño, me aseo, regreso al cuarto, tiendo la cama, cambio el agua de la copa de los santos que me miran desde el estante y, después, monto café.
Es el primer placer: oler el grano molido, aspirar su aroma.
Luego riego las matas, medito, rezo un rosario y, posteriormente, hago el desayuno.
También acostumbro a caminar en el parque o subir la montaña. Después, trabajar: leer, apuntar ideas, entrevistar, transcribir hasta la eternidad, editar y enviar.
Visto así creí que llevaría esta reclusión con normalidad. Ya poseía cierto nivel de entrenamiento en el silencio. Pero, a casi tres semanas en casa, me he dado cuenta de que no ha sido necesariamente así. Mientras más silencio ha habido, más ruido y más inquietudes han surgido.
La novedad ocurrió el viernes 27 de marzo. Me atasqué cuando andaba por el tercer misterio del rosario: “La coronación de espinas”. Allí me quedé enredada un buen rato, mientras recitaba el Padre Nuestro.
Ese día el cielo de Caracas había amanecido más luminoso que nunca. Ni una sola nube. Desde el balcón podía ver un buen trozo del Ávila, así como decenas de aves que planeaban relajadas, distendidas, como bordando la anchura azul. La verdad, era muy difícil concentrarse, pues mis ojos se iban solos para mirar tanta hermosura.
Al final lo logré. Terminé implorando a gritos misericordia. Cuando, en condiciones normales, rezo en voz muy baja.
Lectura pendiente: Hanni Ossott
Desde que se subrayó la necesidad de quedarse en casa empezaron a surgir recomendaciones de películas, novelas, visitas digitales a museos, clases de yoga, cursos de cocina, canto, ballet, entre otros. Es comprensible. Hay mucha energía contenida y es lógico que se sugiera drenarla con alguna actividad.
En mi caso, antes de la cuarentena, había hecho una lista con todos los libros que deseaba leer en este año. Pero quizás el arribo de este amigo inesperado que veo hasta en la sopa (y esto es literal porque la vajilla que uso a diario se llama Corona), me hizo afinar la mirada y preguntarme si ya no sería hora de atreverme a confrontar varios asuntos que había postergado durante décadas como, por ejemplo, leer poesía.
Otro rasgo que descubrí ante la probabilidad real del fin es el deseo de sincerarme conmigo misma. Perdonarme y perdonar. Eso me está pasando. Como si quisiera estar libre de viejas culpas y practicar un sincero arrepentimiento. Contrición, creo que le llaman.
Entre las infinitas idas al baño, para lavarme las manos, y hacer ese proceso eterno de escudriñarlas con jabón por los 360 grados, hay tiempo para detenerse y pensar. Me las enjuago con perolita. Hace mucho que no llega el suministro de agua directa de la calle y el tanque de esta casa se dañó. Entonces el procedimiento se extiende un poco más.
En ese lapso recuerdo algunos rostros. O ellos me visitan. Regresan caras de personas que alguna vez entrevisté en los sectores populares de Las Adjuntas, Macarao, Carapita, Antímano, Cota 905, Caricuao, Gato Negro, Blandín, Petare, e incluso en las riberas del río Guaire. Me pregunto si ellas tendrán agua limpia para lavarse sus manos.
Noto que se me acabaron las dos pastillas de jabón que tenía, así como los tres geles de baño que guardaba. Regresa el loop de las preguntas sin destino: ¿En esas comunidades tendrán para comprar el jabón?
¿Quién soy?… “¿La luz que ilumina esta verja, esta tierra?”
Oigo lo profundo, lo oscuro, lo difícil
¿Quién soy?
Primero una pena, luego el soportar.
Percibo que desde hace dos semanas escucho con mayor nitidez (y a un volumen más alto), el concierto de pájaros que hay a diario en esta casa bendita. Pasan colibríes, guacamayas, se oyen coros de cristofué, los pericos saludan en grupo y frente al balcón llegan aves chiquiticas que aprovechan el agua vertida sobre el plato de las matas para mojar sus alas y sacudirlas en instantes. El vidrio queda chorreado, bautizado sonaría mejor, y yo miro con asombro esos regalos breves e inexplicables.
¿Quién soy?
Yo te he buscado para saber quién soy,
y yo no sé quién soy
duermo, duermo, duermo
para que todo pase, para que todo termine de pasar.
Estoy leyendo poesía. Ya dije que otro de mis hallazgos de cuarentena es el impulso confesional: desde niña leía cuentos o novelas que me regalaba mi papá. No recuerdo haber leído poesía. Le tenía miedo.
No sabía de qué trataba, si es que ella, acaso, trate de algo. No entendía. Tampoco quise preguntar. Creo que así actúo en muchos otros ámbitos. Evito mirar lo que creo pueda generarme dolor.
Debo estar creciendo y eso me contenta. Creciendo en madurez y creciendo en mi alma. Ya son 43 años de edad y no me quiero morir sin acercarme a este género literario. Sin temores, como a tantas otras cosas.
Comencé con Hanni Ossott y ya contaré quién es ella, para quienes, como yo, no la conozcan o no hayan leído alguno de sus poemas. Primero, los antecedentes de mis acercamientos erráticos a la poesía.
Al parecer alguna vez salí con un poeta. Una vez le pregunté que por qué no me llevaba a los recitales, que por qué no me invitaba, y me dijo que yo no era poeta.
Me dolió su rechazo y su mentira. Todavía me pregunto por qué nos cuesta tanto abrir el corazón y revelar lo que hay allí adentro. Lo que realmente sentimos o esperamos del otro.
Me propuse leer lo que más pudiera de poesía. Me imaginé como un bebé que teme a la inmensidad del mar y uno lo acerca poquito a poco al agua. Primero un piecito, luego el otro, una pierna, la otra, y después sentir el frío o el calor de la ola que te saluda. Allí llega la primera sonrisa, la que nace cuando la espuma ha cubierto tu pequeñísimo cuerpo.
Así voy.
¿Quién soy yo?
Quiero ir a la playa, quiero ver el mar
quiero ver la tierra estremecida por el amor del mar
adoraré la belleza, los esplendores
Mucho tiempo después me deslumbré por las clases de un joven profesor. Era inteligente y sagaz. Me dijo que mi principal debilidad y, al mismo tiempo, mi gran fortaleza, era mi humildad. No entendí.
Ahora creo que la cuarentena me ha regalado ráfagas de lucidez. Intuyo que quizás no estuve realmente atraída por aquellos hombres por lo que eran en sí, sino por la palabra que nombraban. Sus citas.
Después de tanto dolor creo que las cosas se acomodarán
un remiendo por aquí, otro por allá
estoy extenuada
Dicen que a la tercera va la vencida. A mí me ocurrió. Doy fe de ello. Pasó otro paréntesis temporal y me encontré con unos ojos que sí parecían hablar en serio. Escrutaban. Escuchaban. Indagaban dentro de mi ser. Se hundían en mí.
Tampoco pude amarlo. Digo, carnalmente. Pero hasta ahora creo que ha sido el hombre al que más he querido en toda mi vida. Insisto, no sé si moriré con la pandemia. Por lo tanto, ¿para qué guardar secretos?
Él decía que cuando yo echaba los cuentos detallaba hasta el sonido de las ambulancias que pasaban, y se reía mucho por esto. Así que, en su honor, no daré más detalles. Lo importante es que él solía decirme que sí se podía. Que yo podría leer poesía, que no pasaría nada, que todo estaría bien.
Justo ahora lo recuerdo porque desde hace días escucho sirenas que parecen ser de este tipo. Así como un sonido tubular que se alarga, se extiende. Hondo, triste, gris, como un barco que se aleja y se despide.
Vivo cerca de una base militar. No sé si exista alguna relación entre ese sonido y ese lugar. No creo.
¿Quién soy? Creo que soy una trinitaria encendida
una trinitaria fucsia
colgando sobre el muro.
He colocado mi florecer sobre el muro
para que sea más hermoso
para que se suavice
quizás quiero ocultar u olvidarme
de esa piedra tan áspera. El muro.
El muro de Berlín.
No quiero el horror sino la tolerancia
la casa, amigos, libros
el granate de amor, los hermanos.
¿Quién era ella?
El poeta y periodista José Pulido escribió un ensayo que se llama “Nunca conocerás a Hanni Ossott” (Caracas, 1946- 2002). Este texto llegó a mí gracias al profesor Miguel Marcotrigiano, así como una selección de poemas de la también ensayista y traductora.
Explica Pulido en la introducción de su texto que Hanni Ossott se desempeñó como profesora de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Publicó varios libros de ensayos sobre poesía y tradujo a poetas como Rainer María Rilke, D.H. Lawrence y Emily Dickinson.
Sus poemarios son: Espacios para decir lo mismo (1974), Espacios en disolución (1976), Formas en el sueño figuran infinitos (1976), Espacios de ausencia y de luz (1982), Hasta que llegue el día y huyan las sombras (1983), Plegarias y penumbras (1986), El reino donde la noche se abre (1987), Cielo, tu arco grande (1989), Casa de agua y de sombras (1992) y El circo roto (1996).
Añade que ella obtuvo el Premio Nacional de Poesía Lazo Martí, el Premio Nacional en la II Bienal de Poesía José Antonio Ramos Sucre (1972), por su libro Formas en el sueño figuran infinitos, y el Premio CONAC de Poesía (1988); y que sus cenizas fueron esparcidas en los jardines de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, donde fue profesora por más de 20 años.
Pulido sabe narrar. Es un maestro. Y es una maravilla enterarte, a través de un relato que parece un cuento, que él estuvo muy cerca de Hanni Ossot. Era amigo de su esposo, el historiador Manuel Caballero, y con frecuencia visitaba ese hogar.
De esos encuentros cita a los autores sobre los cuales conversaban. Delicadamente luego la introduce en la escena. Asegura que cuando la veía le provocaba contarle que él también escribía poemas. No recuerdo si lo admite, pero uno se imagina que algo de pena o intimidación le generaba, porque lo cierto es que ese anhelado diálogo nunca ocurrió.
“Sé que tener una conversación con alguien sobre tales temas carecía de importancia para ella, si ese alguien no la conmovía hasta los huesos. A veces intercambiábamos palabras en torno a un autor o a un suceso aislado, pero al terminar su café, se alejaba. Nunca pude decirle con sinceridad cuánto me interesaba lo que escribía y tal vez enterarla de que yo también me enfrascaba en esos torbellinos”, escribió Pulido.
¿Cómo era, sobre qué escribía, y por qué algunos consideran a Hanni Ossott una poeta de culto? Pulido nos regala sus observaciones.
“Sí: parecía atrapada en una bata casera. Sí: tenía en el bello y marchito rostro la marca del aburrimiento y la soledad que las esposas perfeccionan. Sí: fumaba como si deambulara dentro del laberinto de su propio ser. A veces parecía fumar solitaria en una infinita estación de trenes sin trenes, donde no se llegaba y no se partía. Sí: era una esposa. Pero se llamaba Hanni Ossot y escribía poemas como este:
Por salir del charco
En algún lugar del mundo
una mujer se sentaba todas las mañanas
a contemplar un viejo edificio.
Y había ventanas, sí
plenas de sombras
hombres, mujeres, monstruos.
Esa casa estaba deshabitada
no había amantes, no.
Sólo aves que a veces cruzaban el horrendo paisaje.
En algún lugar del mundo
había una lámpara rota
que no era de ella.
También un diccionario.
Eso no podía resolver su soledad.
Había tres árboles, cuatro árboles
y ruidos, la calle, los automóviles.
En algún lugar del mundo ella
no pudo hablar con quien podría
ser su amante.
El placer estaba vedado.
Las ambulancias pasaban
El fastidio cundía.
En algún lugar del mundo
ella se detenía
a ver un enchufe
un sofá
una mesa repleta de libros y de centavos
y al marido: mustio, callado, leyendo…
También había pastillas, muchas pastillas
y un avión que pasaba.
Llevando a gente que sí tenía lugar.
En algún lugar del mundo
ella rezaba
por salir
por salir
del charco.
“El poeta Rafael Arráiz Lucca era un gran amigo de Manuel y de Hanni. Él la entrevistó y la escuchó con devoción. Rafael opinaba: ‘…uno de los más intensos, trágicos y profundos poemas que se han escrito en Venezuela es “Del país de la pena”, contenido en el libro El reino donde la noche se abre. De él he afirmado: “Es un poema metafísico en la medida en que trasciende a partir de su particularidad, haciendo que la materia nombrada se esfumine ante la preponderancia de ese otro que subyace en su búsqueda. Es un poema de angustia religiosa en tanto que es plegaria del perplejo, del que padece la incertidumbre. Es poema polifónico porque a través de esa única voz, íngrima e implorante, hablan muchas de sus voces interiores, su multitud secreta”, cita Pulido en el mencionado ensayo.
El poema es bastante extenso, por eso intercalé solo algunos de sus versos en la primera parte de este texto. Se le puede reconocer porque suele comenzar con la pregunta: “¿Quién soy?”.
Pero pareciera que no hay respuestas ni siquiera porque se implore a los cielos.
Dios, ¿qué significo…¿quién soy?
Más adelante se puede leer una tentativa de respuesta…
No hay punto final para esta guerra.
Son las 5 de la tarde del sábado 28 de marzo. Hace calor. Preciso la hora porque recién en este instante siento que sopla algo de brisa y escucho sonidos. Como si de golpe se hubiera activado la existencia, que hoy se detuvo para oír a Hanni Ossott.
De modo simultáneo llora un niño, ladran los perros, algún vecino lava los platos, reaparece el cristofué, saludan las guacamayas, pasa un carro en la calle paralela, luego una moto, y hasta Oscar de León canta por allá al fondo: “Yo quisiera princesita que en mis horas de dolor. Con tus lindos ojos moros, llena mi alma de esplendor. Ay, si así fuera, la vida entera…”.
Entre las infinitas inquietudes que tengo me pregunto hasta qué punto esta manera tan particular de vivir, tan caribeña, nos ayuda a atravesar cualquier dificultad (y hasta la misma muerte) con ánimo y con una sonrisa en el rostro; o si, por el contrario, acelera nuestra caída de modo inevitable.
Aún no sé por qué escogí leer a Hanni Ossot y no sabría responder con certeza la pregunta que originó este texto: ¿Es momento de leerla? Y acá viene, quizás, la última confesión de la tarde: a veces me sucede que cuando camino por alguna avenida de Caracas bendigo cada uno de mis pasos y mi andar. Es involuntario pero, cuando voy de un lado a otro, recuerdo que ha muerto demasiada gente en años recientes.
Sin proponérmelo regresan. Como si de pronto volvieran algunas imágenes de las protestas de los años 2014 o 2017. Revivo las advertencias de los mismos chicos, cuando me decían: “¡Señora, corra, que ahí viene la Guardia!” Refiriéndose a los funcionarios de la Guardia Nacional, que disparaban sin titubeo alguno contra los manifestantes.
Amo vivir y celebro el sol de mi ciudad, su incandescencia. Por eso, cuando camino, siento algo de dolor. Celebro los pasos, los agradezco. Pero al mismo tiempo recuerdo a los que han quedado atrás. A los que se quedaron en el trayecto por no tener cómo comprar medicinas, a los miles de jóvenes que murieron luego de enfrentarse con los organismos de seguridad del Estado, así como también a los millones de venezolanos que tuvieron que irse a otros países para poder sobrevivir.
Esas ausencias están. Se perciben. Lo sé. Las siento. Camino despacio, como si fuera rezando en silencio.
La verdad es que, en esos instantes, me digo: estas calles están empapadas de sangre. A veces me da pena sonreír. Y yo me río muy duro, con carcajadas. Pero a veces me da pena reír porque veo detalles (una esquina, un árbol, una plaza…) algo que me hace recordar a todos esos muertos anónimos o a los que se marcharon.
No puedo regalarles ni siquiera una flor. Y todas las noticias que escribí para denunciar el atropello que sufrieron no sé si habrán servido para algo. Ahora, a todos ellos, o a aquellos vivos que ni siquiera en este momento puedo abrazar, ni mirar, ni llevar al mar, como a mi padre, les regalo lo único que tengo a mano: un poema de Hanni Ossott. Ella asegura que los muertos continúan con nosotros. Pero no es algo para temer. No. Ella cree que ellos nos cuidan. Vamos entonces a escucharla.
Es klingt ein lied in mir (Suena en mí una canción)
Los muertos son estrellas
profundas estrellas enclavadas
como centros de luz
en el ámbito de la Noche que aparece en nosotros
-Dolorosa
Los muertos son fulgor de permanencia
la Tierra prolongándose infinita infinita
en la lejanía de un astro que desea
y se mantiene como un acto de amor
acto entre estrella y planeta
altísima conjunción
acto entre hombre y estrella
Los muertos son puntos brillantes manchas de retención
entre el oscuro mar que habito,
alta y elevada guía
cuyo reino es la fe
el pacto intuitivo entre hombres y astros
y el sol, el centro que nunca sabremos
pacto indecible…
Los muertos son las dolorosas y solitarias estrellas
que no sabemos decir ya
Raras, extrañas
nos dicen diariamente
nos cuidan a destajo
guardianes de nosotros
mudos testigos
Los muertos son la fuente el origen
lo estelar…la razón de una estrella
Son
la violencia a la más profunda mudez
ambos, muerto y estrella, son el ritmo
la propagación del canto
ambos la única música
Suena en mí este canto
Suena en mí esta elegía festiva
honda y altamente
inscrita en sangre piel alma
ella me abona y hace mi tierra
Los muertos son estrellas.
Los grandes muertos
los perfectos heroicos puros
inviolables e intocables
son constelaciones
Más allá es lo impensable
Ningún hombre puede ser más que una constelación
Ningún hombre merece más que una corona
o un ramo entretejido de laureles
Los hombres muertos son estrellas
anónimos como estrellas
imperturbables
haciendo lo que deben
iluminar
desde su sacro exitoso fracaso
la honda oscuridad de ser
irradiar estériles y activos
arder desde un centro de nada
quemar para que la noche sea visible
Desde aquí, desde mi casa veo mis muertos
plácidos en gira doméstica
En lo extranjero los veo meteoros
lanzados
fuera de quicio
He viajado, me he extraviado
siempre a la sombra de estrellas
a la sombra de mis muertos
vigilan en su fijeza en su continuidad
son el ejemplo
de la altísima armonía
debo seguirlos, debo seguir el compás
el contrapunto de su habla
debo escuchar su luz en mí
Ahora entiendo
sé de estrellas
sé de música y armonía
Me inicio